Soy Feminista. Y lo digo de entrada, simple y claro, aún a sabiendas de la situación que vive el movimiento en cuanto a la desinformación y el desprestigio propagado salvajemente por las redes sociales. Nos encontramos en un momento histórico en el cual enormes sectores reaccionarios desesperados por mantener un sistema de privilegio caduco y excluyente se dedican a esparcir chistes, memes e «información» repleta de medias verdades o directamente mentiras para desprestigiar a no una, sino a varias luchas por la reivindicación de los derechos de minorías (grupos étnicos, comunidad LGBTQ+, personas con discapacidad) y de mayorías históricamente rebajadas y excluidas (sí amigues, las mujeres). El discurso generalizado con el que me encuentro cada día en Internet, llámese Facebook, Twitter, YouTube, portales de noticias de todo el mundo y un largo etcétera, es uno profundamente patético, triste, prejuicioso y anhelante de tiempos en los que, curiosamente, mucha de la gente que hace gala de su intolerancia hacia todo lo diferente, no hubiera podido esparcir con tanta soltura su odio disfrazado de moral, su delirio de superioridad camuflado de piedad cristiana.
También soy Cinéfila. Desde que tengo uso de razón, el cine despertó en mí una curiosidad poderosa, un hambre voraz por historias emocionantes, visualmente sobrecogedoras, entretenidas, entrañables, desafiantes, incómodas, terroríficas, humanas. Esa PASIÓN, que es la palabra que describe perfectamente el amor que, por lo que pude apreciar en estos primeros días recorriendo el portal, muches de quienes escribimos aquí sentimos, durante un largo tiempo estuvo desligada de consideraciones políticas o conciencia ideológica alguna. Todo lo que importaba, creía yo, era la experiencia sensorial y emocional que significaba para mí ver una película que realmente me llegara a las entrañas. Fue así que descubrí y me enamoré de pesos pesados como Stanley Kubrick, Martin Scorsese, Federico Fellini, Michael Haneke, David Lynch, Joel y Ethan Coen, Darren Aronofsky, Francis Ford y Sofia Coppola, Paul Thomas Anderson, David Fincher.
Obviamente, la lista no acaba ahí, sigue creciendo y modificándose con los años. Pero con el paso del tiempo, mi percepción del cine y el arte en general también se ha transformado, ha evolucionado a medida que fui tomando conciencia de cómo funciona el mundo y las dinámicas de poder entre la gente que siempre tuvo la sartén por el mango y la que históricamente ha tenido que someterse para poder siquiera acercarse a cumplir sus sueños. Y finalmente, cómo ese desbalance de poder afectó a las historias que vimos toda la vida en pantalla: Una inmensa mayoría de películas reflejaba las vivencias de grupos privilegiados, o las de grupos relegados de la sociedad (minorías y mayorías desfavorecidas) pero siempre desde una mirada condicionada por los privilegios de los primeros.
Fue así como nos acostumbramos a ver películas con repartos íntegramente de hombres, o con hombres en su mayoría caucásicos en los papeles protagónicos, y cuando había mujeres o minorías raciales o personas LGBTQ+, eran mostradas desde un punto de vista conservador y estereotipado, siempre reforzando los valores hegemónicos que sostenían el sistema desigual. Esa costumbre justamente fue la que posibilitó que normalicemos la homogeneidad en las películas, que aceptemos tranquilamente que el cine refleje mayoritariamente el sentir de una sola porción de la humanidad, y que el resto quede invisibilizado o mal representado.
Por todo esto, nos encontramos ante un momento histórico crucial fuera y dentro de la industria del cine y el entretenimiento. Es un hecho que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, los periodos de transformaciones sociales siempre fueron cruentos, traumáticos, de todo menos pacíficos y ordenados. Los movimientos reivindicativos siempre se toparon con la incomprensión y la satanización de quienes defendían el status quo, tal y como ocurre en la actualidad. Así es como nos encontramos frecuentemente en medio de controversias por los reclamos de falta de inclusión y diversidad en las historias, por un lado, y la percepción de ciertos sectores de que algunos cambios se están dando de manera «forzada» y no orgánica. Estas disputas no hacen sino confirmarnos que, de alguna forma, algo se está haciendo bien. De nuevo, sin tumulto, jamás hubo avances. Sin embargo, este es el momento de deternos a analizar qué es eso en lo que se está acertando y potenciarlo, o lo que es lo mismo, identificar cuáles acciones están generando cambios reales y cuáles surgen simplemente por una cuestión de imagen y no de un genuino interés por balancear la situación.
Las ceremonias de premiaciones, que cada vez generan menos entusiasmo en el público cinéfilo, ya no digamos en el público en general, son un buen parámetro para reconocer estos «postureos» vacíos. El auto-aplauso cada vez que se dignan a nominar a una mujer en una categoría no exclusiva (básicamente, todas menos actuación) o a alguien no blanco en literalmente cualquier terna, porque claro, «están haciendo historia», es de las cosas que más vergüenza ajena me dio siempre. Más aún cuando todo ese escándalo se sustenta en que son inclusiones que siguen siendo raras en una industria a la que en el fondo no le interesa tanto solucionar el problema de la falta de representación, como hacerse autobombo por cualquier «regalo» que hacen a las minorías y que pretenden disfrazar de verdadera inclusión.
Después, nos encontramos con lo que los sectores reaccionarios llaman «corrección política»: las polémicas semanales por algún reclamo estéril que hace la prensa sensacionalista debido a la ausencia de minorías o mujeres en alguna película ya estrenada dirigida por un director varón con 20 o más años de trayectoria en el cine (ahí están Tarantino, Scorsese, Mendes). «La cultura woke» referida despectivamente por un desatinado Todd Phillips, es acusada de «forzar inclusión» cuando lo que en realidad sucede es que hay «periodistas» que pierden el tiempo en superficialidades, en lugar de informarse y usar la palabra escrita para echar luz sobre la cuestión de fondo: necesitamos más diversidad en todas las áreas de la industria, en todo el proceso de realización, y en todos los niveles, sobre todos los más altos. Necesitamos que se apueste por realizadoras mujeres, afroamericanes, LGBTQ+, para que puedan contar sus propias historias, sobre lo que les toca a elles y sus comunidades, desde su perspectiva no condicionada por prejuicios ni miradas externas.
Resumiendo, lo que planteo es que lo primordial ahora es enfocarse en lo importante, transformar desde los cimientos, porque esa es la única manera de que el cambio sea real, sustentable y definitivo. Así como nos acostumbramos a un cine que sólo daba voz a algunes, a fuerza de repetición se irá rompiendo la percepción equivocada de que cualquier inclusión es «forzada». Pero insisto: la inclusión debe permear todos los niveles y áreas, no limitarse ya a los rostros, sino extenderse a las voces individuales y de comunidad que, hasta hoy, no han sido oídas como debieran.
Imagen tomada de un sitio externo: https://bit.ly/2ROSqdQ