Revista Cine
Hollywood (GB, 1980), teleserie dirigida a cuatro manos por el Oscar Honorario 2011 Kevin Brownlow y David Gill, fue una de las responsables de alimentar mi voraz cinefilia adolescente. Debí haber visto la teleserie, doblada al castellano, en 1981 ó 1982, en el Canal 13 de la extinta Imevisión. Para entonces yo ya veía cine como un poseso, pero la etapa silente, exceptuando las películas de Chaplin, era un terreno prácticamente desconocido para mí. En esas vacaciones de verano de 1981 ó 82 -supongo que era verano porque recuerdo que veía los episodios diariamente a media mañana- me chuté los 13 episodios de la citada serie televisiva, la mejor clase de cinefilia silente que cualquiera puede recibir.Para variar, Hollywood está descatalogada pero se puede ver en youtube -aquí abajo está el primer episodio- y, tengo entendido, en muchos otros sitios de la red. Bendita cinefilia: si por caprichos del mercado la serie televisiva no se puede comprar, no falta el buen samaritano amante del cine -¡y mudo en este caso!- que se dé a la tarea de subirla en la red para que cualquiera pueda disfrutarla. Pero, bueno, usted ya sabe: el internet sigue asesinando a la crítica cinematográfica, a la cinefilia y a nuestras buenas costumbres porfirianas.Pioneers, el primer episodio, plantea el sentido general de la serie. La voz narradora de James Mason se encarga, desde los primeros minutos, de dinamitar todo prejuicio: la época silente no está llena de cintas amateurs o malhechotas y para muestras, unos cuantos botones: la super-producción de época Ben Hur (Niblo, 1925), el drama de bomberos The Fire Brigade (Nigh, 1926) o el Oscar 1929 a Mejor Película Wings (Wellman, 1927). Estas películas no eran, de hecho, excepciones sino la regla: a mediados de los años 20, el nivel de producción industrial en Hollywood era de tal nivel que había empezado a borrar toda la competencia internacional, especialmente la del cine italiano y el cine francés, las industrias fílmicas dominantes en los primeros diez años del siglo XX.El montaje de la teleserie, supervisado por Trevor Waite, no podía ser más convencional: las cabezas parlantes -¡pero qué cabezas: King Vidor, Jackie Coogan, Hal Roach, Byron Haskin, Lilian Gish, entre muchas otras- se alternan con fotos, mapas, diarios y, por supuesto, valiosísimos fragmentos de las películas que se mencionan, como uno de los primeros experimentos en technicolor, The Black Pirate (Parker, 1926) -vehículo de lucimiento del superestrella Douglas Fairbanks-; como esa delirante obra maestra de Laurel y Hardy llamada Big Businness (Horne y McCarey, 1929) -con todo y desternillante anécdota de filmación contada por el mismísimo Hal Roach-; como las escenas de la superproducción Noah's Ark (1928), que necesitó de 50 tanques de agua para representar el diluvio... y 30 ambulancias para atender a los desafortunados extras que casi se ahogan debido al sádico director Michael Curtiz.En este primer episodio hay varias reflexiones centrales que luego serán desarrolladas en los siguientes capítulos: por un lado, el subrayar que para mediados de los años 20, el cine era, por su lenguaje basado exclusivamente en imágenes, una suerte de genuino esperanto que la llegada del cine sonoro, a fines de esa década, destruiría por completo. No falta el radical -en este caso, una anciana periodista que le tocó cubrir esa época- que afirma frente a cámara que el mejor cine se hizo en aquel tiempo, cuando todo se tenía que decir todo con imágenes, sin palabras. Por eso mismo, agrega King Vidor, el espectador de esa época tenía que estar atento a la pantalla: sin diálogos que lo guiaran, no podía ni siquiera inclinarse a ver cuántas palomitas le quedaban en el vaso por el temor a perderse alguna imagen clave que estaba siendo proyectada en la pantalla. Con los diálogos, dice Vidor, los espectadores ahora pueden voltear, platicar y saber lo que está sucediendo sin necesidad de verlo. Una articuladísima Lilian Gish dice por su lado y sin asomo de modestia, que en ese tiempo ella contaba solamente con su cuerpo y su rostro: sin diálogos, tenía que trabajar con sus gestos y movimientos como un pintor frente a un lienzo. Es más: su propio cuerpo era el único lienzo que tenía. Gish -cuya profesionalismo y seriedad en el set fueron legendarios, por cierto- afirma en cierto momento que la máquina que define al siglo XX es precisamente el cinematógrafo: la única máquina que mueve " el corazón y la mente" de los seres humanos.Pioneers nos lleva -vía un testimonio de "Bronco Billy" Anderson, filmado en 1957- al nacimiento de lo que luego sería la industria hollywoodense: el estreno de El Gran Robo del Tren (Porter, 1903), un one-reeler de asaltos, balazos, muerte y violencia -ah, menos mal que el cine hollywoodense ha cambiado mucho- que fue la sensación del momento. Durante esos primeros años del siglo XX, el público americano -el nacido ahí y los cientos de miles de inmigrantes que llegaban a las costas de Nueva York cada año- retacaba los oscuros y peligrosos salones de cine: había mucho público, pero faltaba industria. Las pocas películas que se realizaban, básicamente en la costa este, en Nueva Jersey, tenían tan mala factura que el público prefería lo que venía del otro lado del Atlántico, especialmente de Italia y Francia.Este panorama empezaría a cambiar con la lenta maduración de los artesanos -futuros artistas- del luego llamado séptimo arte y con la aparición del "padre del cine" -así lo llaman varios entrevistados, con el debido respeto-, David Wark Griffith. En esta última parte de Pioneers se hace una suscinta crónica de El Nacimiento de una Nación (1915) -sin sacarle al bulto al evidente racismo del filme ni a la recepción indignada que tuvo la película en ciertas ciudades, lo que llevó a que los propios distribuidores la sacaran de circulación en algunos sitios- y de la lenta pero constante evolución del propio Griffith como cineasta a través de la revisión de algunas de sus primeros y más importantes logros: The Musketeers of Pig Alley(1912), An Unseen Enemy (1912) o The Girl and Her Trust (1912).Al inicio de esta entrada señalé que Hollywood ayudó a alimentar mi cinefilia. Así es: y nunca la ha saciado. Ahora que he vuelto a ver los primeros episodios de la teleserie de Brownlow y Gill ya me ha dado la comezón de volver a revisar ese cine mudo que ya vi... y otro más que no he visto. El cuento de nunca acabar. Aquí mero el primer episodio: