Revista Cine
El tercer episodio de la invaluable teleserie Hollywood (Ídem, GB, 1980), "Single Beds and Double Standars", de Kevin Brownlow y David Gill, está centrado en algunos de los mayores escándalos que golpearon a la Meca del Cine en los años 20 y el efecto que esta avalancha provocó en los productores hollywoodenses. Temerosos de que el propio gobierno metiera mano en sus negocios, los industriales del cine fundaron la MPAA (Motion Picture Association of American: Asociación Americana de Cine), invitaron al hábil político William H. Hays para que la encabezara y prometieron que habría una "limpia" de comportamientos "indecentes" dentro y fuera de la pantalla. Hays propuso una suerte de código moral que se identificaría con su nombre y que perduraría, con sus asegunes, durante cuatro décadas. Entre muchas otras cosas, el célebre Código Hays prohibía terminantemente que se viera a las mujeres tomando, los besos apasionados no deberían durar más de tres segundos, las escenas de violencia no deberían ser muy explícitas, y la ley y sus agentes no deberían ser motivo de burla. Además, debería quedar claro que el crimen no paga: todo delincuente debería de recibir, mal que bien, su merecido. Por supuesto, más que censura oficial, estamos ante un intento de autocensura -la MPAA estaba formada por los propios dueños del negocio- a la que, por otra parte, siempre hubo manera de saltárselo. De hecho, en un testimonio clave hacia el final del episodio, el cineasta Henry King se declara a favor de la censura. Con un argumento que parece calcado de cierta reflexión buñueliana, King confiesa que trabajar con todas estas restricciones moralistas no hizo que las películas dejaran de tocar los asuntos más escabrosos -el deterioro social, las adicciones, el crimen- sino que obligó a los cineastas a ser más elegantes, más agudos, más inteligentes, con el fin de sacarle la vuelta al Código Hays. Así, como ejemplo, el episodio termina mostrándonos una formidable escena de A Woman of Affairs (Brown, 1928) en la que Greta Garbo se entrega sexualmente a John Gilbert sin que veamos prácticamente nada. Tampoco lo necesitamos: la mirada lánguida de la Garbo, su posición recostada en un sofá, la desesperación de Gilbert, un plano detalle de la mano de ella con un anillo que se está escapando de uno de sus dedos y, finalmente, el anillo cayendo en el piso, sugiere todo lo que usted se está imaginando y algo más. Bownlow y Gill le dedican la mitad del episodio al escándalo de Roscoe "Fatty" Arbuckle, el tristemente célebre comediante que fue acusado de la violación y asesinato de una joven actriz, Virgina Rappe, quien murió tres días después de que había asistido a una escandalosa pachanga organizada por Arbuckle en un hotel de San Francisco en septiembre de 1921. Arbuckle, que había firmado un contrato de un millón de dólares anuales con la Paramount de Adolph Zukor, había viajado de Hollywood a San Francisco, para pasar un fin de semana de relajamiento... y de relajo. La prohibición había iniciado un año antes, pero esto nunca fue un impedimento para que el alcohol se siguiera comprando, vendiendo y tomando a todo lo largo y ancho del país -véase otra gran serie documental al respecto: Prohibition (Burns y Novick, 2011)-, así que Arbuckle, amigos y muchachas invitadas/coladas -entre ellas Rappe- llegaron a los tres pisos rentados por el millonario comediante en un hotel de San Francisco e iniciaron una fiesta que terminaría, tres días después, con la muerte de la aspirante a actriz debido a una peritonitis provocada por una perforación en la vejiga. Arbuckle fue juzgado en tres ocasiones -los dos primeros juicios fueron declarados nulos porque el jurado nunca pudo coincidir en un veredicto y en el tercero fue declarado inocente- y, aunque los dictámenes médicos nunca probaron que había sido violada -ni mucho menos con una botella, como afirmaban los diarios escandalosos del Ciudadano (William Randolph Hearst) Kane-, lo cierto es que la carrera fílmica de Arbuckle no resistió el escándalo. El propio Hays expulsó a Arbuckle de la industria fílmica -aunque tiempo después admitió que esto había sido una injusticia-, Paramount renunció a seguir produciendo sus cintas y el obeso comediante que había invitado a Buster Keaton a hacer cine, desapareció para siempre del mapa. El otro caso que tocan de manera extendida Brownlow y Gill es la trágica adicción a la morfina de la fugaz estrella viril Wallace Reid, a quien le fue inyectada la droga por prescripción médica del propio estudio, la Famous Player-Lasky Corporation. Reid se encontraba protagonizando The Valley of the Giants (Cruze, 1919) y, al sufrir un accidente en la espalda, el rodaje se tuvo que detener. Para evitar perder dinero, el médico del estudio le inyectó morfina, el dolor desapareció, la película se terminó... pero Reid se quedó enganchado. La adicción a la morfina era un secreto a voces -uno de tantos- en Hollywood: la propia Gloria Swanson confiesa frente a la cámara que cuando hizo una película con el ya adicto Reid, le tenía miedo por todos lo que se contaba de su errático comportamiento. Reid nunca fue tratado por su adicción -esto hubiera significado mala publicidad para la Famous Player-, la cual fue mantenida en secreto hasta que el actor falleció en 1922 debido a complicaciones de salud provocadas por el exceso de trabajo y el uso indiscriminado de la morfina. Dos escándalos de esta magnitud en tan poco tiempo -el de Fatty Arbucke y el de Wallace Reid- en una época en las que los moralistas de diversos orígenes -grupos feministas, capitalistas poderosos, sindicatos de izquierda, asociaciones anti-inmigrantes, iglesias protestantes- habían logrado la prohibición del alcohol, eran demasiado para Hollywood, quien empezó a ser identificada como ciudad gemela de Sodoma y Gomorra. De ahí, pues, provino el origen de la autocensura y el famoso Código Hays que sería dinamitado por los propios grandes estudios en los años 60. El irónico título del episodio, "Single Beds, Double Standars", lo dice todo acerca de la hipocresía que permeaba en aquellos (y en estos) años: "Single Beds", porque hasta los casados tenían que ser mostrados en las películas en camas separadas; y "Double Standars", porque por un lado los estudios con Hays a la cabeza prometieron una implacable cruzada moral pero, al mismo tiempo, uno de los ancianos entrevistados recuerda socarronamente, en el acto en donde Hays estaba dando a conocer su plan de trabajo en el salón de un gran hotel, muchos de los asistentes se la pasaron tomando "té" con singular alegría. Un "té" que no era tal cosa, por supuesto, ya que en cuanto Hays terminó su discurso y todo mundo se dirigía a la salida, hubo varios asistentes que tuvieron que ser sacados a rastras. Por exceso de "té", claro está. El tercer episodio de Hollywood está aquí abajito y los anteriores textos sobre los dos primeros episodios de Hollywood, aquí y acá: