Ganas le teníamos a la vencedora de esta pasada edición de Sitges y tras una leve espera, llegó a la pantalla grande la peculiar visión de Léos Carax del séptimo arte. Como no podía ser de otra manera, no exenta de cierta polémica y de una pequeña ración de provocación. Surrealista, confusa y muy experimental, aterriza la última obra del irreverente Carax, del cual no creo que a estas alturas sea necesario recomendar la inclasificable Los Amantes del Pont Neuf.
Volvamos a Holy Motors. Céline es una chófer educada y refinada que conduce y dirige al protagonista, que le coordina la agenda que le proporciona un rumbo vital.
Él es Óscar, un hombre que adopta diferentes identidades a largo de una jornada y que deambula por la ciudad del amor con una extraña misión. ¿Te subes al coche y hablamos por el retrovisor?
Si alejamos el ego y la frivolidad que en mayor o menor grado rodea al mundo de interpretación nos queda lo mejor que se puede ofrecer al espectador: las emociones.
De ello, de una anticuada limusina como metáfora de la opulencia y ostentación del cine e incluso de la nostalgia por épocas pasadas (presentes y futuras) y de los personajes que moldean el mundo de la ficción, pretende hablar (ni más ni menos) que Holy Motors.
Tenemos como pieza imprescindible al poliédrico personaje principal (interpretado por Denis Lavant actor fetiche de Cárax), que cada vez que abre su carpetita encuentra lo que denomina un expediente. Ello es algo que contar, un personaje al que poner alma, piel y corazón y nosotros, desconcertados y atónitos, observamos el proceso y el desenlace de cada historia que no tiene que ser ni el final ni tampoco el principio y que a medida que va fluyendo el metraje poco nos importa y que va moldeando el puzzle que compone la película.
No quiero revelar más de lo estrictamente necesario, pero huelga decir que el metraje es largo (casi dos horazas) y hay que armarse de paciencia que compensa por la vistosa fotografía y la curiosa banda sonora que acorde con la película, es variable y ecléctica. El guión y sus once historias las deberías juzgar por vosotros mismos, nadie podrá guiaros en tal menester.
En esta ecuación, en la que Eva Mendes se calza el papel de mueble de Ikea con burka y pelucaza, puede que del dúo de stars, sea Kylie Minogue la que no salga tan mal parada como parece, ya que aporta un punto frívolo y musical que puede parecer un cruce entre Kim Novak y Debbie Reynolds salvando las distancias y sin acercarse a ninguna de las dos rubias.
Referenciando a grandes (o desconocidas) películas, a impecables bandas sonoras y compositores, a cuentos e incluso a fotógrafos que forman parte de la historia contemporánea Holy Motors no deja indiferente aunque puede que no agrade en su conjunto. Hay historias profundas, livianas, curiosas o dramáticas, hay instantes musicales, mudos, violentos y tiernos pero orquestados de una forma tan arbitraria y extravagante que provocan lo que el director quería: desconcierto y extrañeza.
Empatizaréis con ciertos personajes, odiaréis a otros, puede incluso, que descubráis algo nuevo -aunque sea para decir que os ha parecido una mierda- y sea lo que sea On trouve tout à la Samaritaine.
No es un viaje fácil pero si intenso. En mi caso, esperaba algo un poco más extremo y me ha sabido a poco, pero a suficiente, así que con seis retorcidos wasabis apago el proyector y con el trailer me despido por hoy.
No me puedo ir sin dejar una de las canciones de Doctor L, ya me podéis lapidar por las vías comunes, wasabitas
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