En días pasados comenté la estupenda novela de Coetzee titulada con el propio nombre de la protagonista: Elizabeth Costello; personaje intelectual, de adustas composturas y mejores reflexiones tanto literarias como humanas, que surte un rol importante dentro de Hombre lento, con lo cual, queda claro ese aspecto que en estudios literarios va por la línea de la intertextualidad de los libros y de la relación de hiper texto que hay entre éstos, teorías que vienen desde Bajtín hasta Kristeva.
Más allá del calificativo que denota “lentitud”, Hombre lento, la más reciente publicación de J. M. Coetzee, trae una historia que precisamente por trágica, pudiera pasarle a cualquiera (¿habrá alguna novela de este autor que no lleve este germen? No las he leído todas). Paul Rayment, un fotógrafo retirado de sesenta años, quien lleva una vida económicamente holgada a pesar de su divorcio, es embestido por un vehículo mientras paseaba en su bicicleta. Es trasladado a un hospital y después de volver en sí horas después, descubre que le han amputado la destrozada pierna.
Comienza allí su calvario al tener que usar muletas para andar y a ser atendido por algunas enfermeras que en el corto tiempo dejan de prestarle servicio por una u otra razón. Aparece así Marijana Jokic, una enfermera croata que hace su trabajo a la perfección y de la cual Paul se enamora locamente. Ésta, sin embargo, no da señales recíprocas en cuanto al eros y al amor que aquel insinúa. Entra “La Costello” en acción, como bien le llama Paul despectivamente y comienzan las diatribas entre ellos. Marijana le comenta a Paul: “Elizabeth es escritora profesional. Escribe libros, novelas. Actualmente está buscando personajes para ponerlos en un libro que está planeando. Parece haber depositado sus esperanzas en mí. Y también en usted, en segundo término. Pero yo no encajo. Por eso se dedica a acosarme. Porque intenta hacerme encajar”.
Ese “acoso” es lo que Elizabeth hace a la perfección con Paul y no a la inversa. Es tal la intensidad de sus diálogos, lo inquisitorio del razonamiento de “La Costello” cuando lo encara, que en determinado punto pareciera que es ella quien escribe Hombre lento y no Coetzee. Ante el arrepentimiento de Paul por no haber tenido hijos, Elizabeth le contesta: “Tenemos hijos para poder aprender a amar y a servir. A través de los hijos nos convertimos en los sirvientes del tiempo”.
Irónicamente Costello considera al personaje, a Paul, como “un castigo que le ha caído encima para atormentarla durante los últimos días de su vida, una penitencia incomprensible que ella está condenada a decir…”, cuando es irónicamente ella quien lo busca a él. Este juego ficcional da un cariz distinto a la novela Hombre lento, la cual la diferencia de las demás en ese sentido meta literario.
Un breve pero preciso resumen de Hombre lento está en las propias palabras de Elizabeth Costello: “Usted vino a mí sin antecedentes de ninguna clase. Un hombre con una sola pierna y una pasión desafortunada hacia su enfermera, eso es todo…Qué pasa cuando un hombre de sesenta años compromete su corazón de forma inapropiada. Y, si no le importa que se lo diga, hasta ahora ha sido usted una decepción total”.
Hombre lento si bien es cierto que no tiene la dureza e intensidad de Desgracia; Vida y época de Michael K; Esperando a los bárbaros;entre otras novelas de Coetzee, tiene el carácter propio de su prosa más que definida, junto al abordaje del tema de las miserias y penurias humanas, sumado además, a un final muy original cuando el personaje, Paul, se despide de la escritora Elizabeth Costello, quien temblorosa, no tiene más alternativa que aceptar el desenlace de la obra.