Revista Moda
María Guimeráns
El sofá de mi amigo Manuel está cojo. Al poco de rompérsele la pata, ideó una solución provisional: colocar en su lugar un libro de tamaño similar. Agarró un diccionario, se lo calzó y ahí sigue, no sé cuántos años después, haciéndole buen servicio.
Dice que lo va a arreglar, pero teniendo en cuenta que es tan inútil para las chapuzas domésticas como yo, creo que llegará algún día en el que el diccionario se funda con el sofá y pase a convertirse en parte indivisible de él.
El sofá cojo de Manuel y el apaño del diccionario me han hecho pensar en los usos alternativos que a veces les damos a nuestras prendas de vestir o a los complementos. Un blusón que se convierte en vestido; un pañuelo, en cinturón… ejemplos los hay a miles, pero seguro que ninguno tan imaginativo como el de los pantalones de ciclista de El Papito.
Aunque a algunos les parezca mentira, hubo una época no muy lejana en la que no existían los grandes almacenes deportivos, ésos en los que encuentras desde unas zapatillas de danza hasta unos pantalones de judo por un precio razonable.
Por aquel entonces, las mallas de ciclista las llevaban Perico Delgado y los que se dedicaban a pedalear profesionalmente. Los chavales recurrían al chándal o a la ropa que hubieran llevado ese día al colegio.
Pero claro, tanto en ese momento como ahora, montar en bicicleta sin mullido en la zona de las posaderas tenía sus efectos secundarios: al día siguiente, el dolor de ingles te hacía caminar como John Wayne.
Compadecida de la situación, la madre de mi amigo El Papito se sacó de la chistera un invento que convirtió a su niño en el rey de las dos ruedas: agarró unos vaqueros viejos del crío, los cortó dejándole los flecos colgando y le cosió entre las perneras un par de buenas guatas, de las que Ana Torroja y el resto de miembros de la movida madrileña popularizaba en esos momentos en la televisión.
Con las hombreras asomando por el hueco del pantalón con cada pedaleo, la madre de El Papito consiguió matar dos pájaros de un tiro: aliviarle el dolor de culo a su hijo y forjarle una personalidad a prueba de bomba. Y además, encontrarle por fin una utilidad real a las guatas, más allá de hacer parecer jugadoras de béisbol a las adolescentes de finales de los ochenta.
Y es que las almohadillas en los hombros habían estado de moda mucho antes –en los años 30 para las mujeres y en los 40 para los hombres- pero nunca de forma tan desaforada. Ahora vuelven, con lo que se confirma mi teoría de que la presencia de las guatas está relacionada con las crisis económicas: tras los “felices años 20”, en la Gran Depresión; en los 40, con la II Guerra Mundial; en la época de cambios de los 80 y ahora, con la madre de todas las crisis… Hace treinta años, la madre de El Papito supo sacarle rendimiento. Quizás Manuel pueda usarlas ahora para calzar su sofá, evitar que se escapen y que vuelvan a estar de moda.