Este blog otrora fuente de inspiraciones sublimes, cuna intelectual sembrada de debates sesudos, faro espiritual que guía a los perdidos, descubre en verano su verdadera calaña. Seamos honestos, tampoco podemos alimentarnos continuamente de trascendencia, de vez en cuando hay que hablar de lo trivial y cotidiano, además de que mi musa, de grandes reflexiones, anda de botellón veraniego por alguna playa repleta de anglosajones aficionados a los saltos de altura y al bebercio. Hasta bien entrado septiembre me ha dejado tan vacío como una cáscara de nuez, y mi única neurona anda como loca intentando mantener las indispensables funciones cerebrales, las justas para caminar, alimentarme y encender el aire acondicionado.
Un vídeo me ha hecho pensar sobre las diversas formas de comprar que tenemos los seres humanos y las diferencias, más que evidentes, que existen entre hombres y mujeres. Si usted anda enfrascado en su habitual compra en un supermercado y siente una ráfaga delante de sus narices, podrá vislumbrar un carrito de la compra que se desplaza a gran velocidad. Pues ese soy yo, un especialista en realizar la compra de forma rápida y más o menos eficiente. Me conozco todos los rincones y donde se ubican todos los productos, así que no me resulta complicado realizar una compra relámpago. Tan acostumbrado estoy de tan arraigado ritmo, que cuando voy en compañía de mi mujer se dan situaciones abonadas a la discusión. Porque ella se detiene de forma pausada delante de las innumerables estanterías, como si se encontrara frente al Muro de las lamentaciones. Hay un choque de trenes, uno de alta velocidad y un ferrocarril de carbón subiendo por Despeñaperros. Además, se atreve a variar la compra establecida habitualmente y con gran raigambre, una tradición mancillada por la iniciativa. Esto me deja en mal lugar, lógicamente, transformándome en una especie de Sheldon Cooper de las compras, el personaje maniático de la afamada serie "The big bang theory". Naturalmente yo me tomo todo el tiempo del mundo a la hora de consumir, sobre todo si se trata de libros, películas o cómics, pero me aburre soberanamente la compra de productos de primera necesidad. No quiero ni contarles lo que me supone la compra de ropa, que aún me desespera más. De hecho, cuando fui a comprarme el traje de novio, tardé unos diez minutos, el tiempo que gasté en probarme el primer modelito, y hubiera tardado otros diez más si me hubiera casado allí mismo.
Se pueden imaginar lo que me desespera ir de tiendas de ropa con mi mujer, como se me escapa la vida entre pasillo y pasillo, entre eternas elecciones de faldas, pantalones y blusas. "¿Qué te parece este?", me pregunta ella. "¡Monísimo!", contesto yo de forma concisa pero poco creíble. Intento utilizar ese término algo femenino y cursi, pero se adivina la argucia y no cuela. Antes me aburría frente al probador, ahora me estreso porque me dedico a perseguir a mi hija pequeña que se desplaza como una loca entre perchas cargadas de ropa, perdiéndose de vista en cada giro.
Esta perorata viene a cuento por un vídeo que circula por la red. Se trata de la campaña de abonos orquestada por el Granada C.F. para la temporada que viene, a la que por cierto, le quedan pocos días para su inicio. Se trata de un anuncio titulado "Hombres aparcados" que ha levantado cierta polvareda por ser considerado machista. A mí simplemente me parece divertido y, aunque es cierto que es algo estereotipado, no hay que tomarse las cosas a la tremenda. Tiene algo de verdad y también de exagerado. Ni a todos los hombres les gusta el fútbol y odian las compras, ni las mujeres en general desprecian el deporte rey, aunque la mayoría sí que adoran ir de compras, supongo yo.