Revista Fotografía
Unas manos agrietadas intentan moldear un hierro al rojo vivo en el interior de una fábrica de fundición en el corazón de la ciudad portuaria de Karachi. Apenas se puede respirar; la temperatura alcanza cuotas insospechadas que hacen que cualquier leve descuido, por mínimo que sea, pueda resultar mortal. Sahid empezó a trabajar en esta fábrica hace tres años. Él es uno de los ciento cincuenta operarios del acero que trabajan por turnos. Todos los días se levanta a las cinco de la mañana para venir a esta fábrica donde sus largas jornadas de trabajo se prolongan hasta los últimos rayos de luz. Durante una de las obligadas pausas confiesa: “vine huyendo de la inestabilidad que sacudía la convulsa provincia de Khyber Pakhtunkhwa”, y después añade: “pese a que en lo últimos años Karachi se ha convertido en una ciudad peligrosa debido a la violencia sectaria y étnica, aquí puedo ganar suficiente dinero y enviárselo a mi familia”. Debido a las altas temperaturas y a los riesgos que conlleva la manipulación de los hierros, los trabajadores tienen que hacer pausas cada hora.
Las normas son claras, y a pesar de que apenas cuentan con equipos de protección adecuados, los horarios parecen ser cumplidos con una extraña obediencia castrense. Guantes roídos y polvorientos, gafas antiguas y muchos trapos envuelven las botas que sustituyen a los tradicionales y técnicos monos de trabajo. La indumentaria recuerda el escenario post apocalíptico que George Miller retrató en su distopía futurista Mad Max. Aunque aquí el enemigo es el calor y las escasas medidas de seguridad. Durante las horas muertas, los trabajadores buscan cualquier rincón para poder descansar. Esquinas, un cuarto abrigado por camas envueltas en mantas que sirve también de cocina temporal y rincones en donde la luz entra tímidamente. Durante la jornada de trabajo, estos rincones se convierten en las casas temporales de los operarios. A las duras condiciones laborales, los trabajadores tienen que hacer frente a la crisis de energía que sacude el país. La falta de gas y energía está ocasionando pérdidas millonarias en la industria de Pakistán. En el mejor de los casos, la producción se para durante horas , en el peor, las fábricas tienen que cerrar por días. Bujarib Sahid lleva toda su vida trabajando en esta fábrica. Como si de una tradición familiar se tratase, todos los miembros de su familia han trabajado en el sector de la fundición.
Cansado de los cortes de energía, Bujarib expresa su malestar: “muchas veces tenemos que parar la producción. No hay gas, no hay electricidad.. Y el problema continua cuando llegamos a nuestras casas. No me puedo permitir tener un generador” Pakistán tiene que hacer frente a una crisis de energía sin precedentes. Los trabajadores observan impávidos cómo la mala gestión del gobierno está afectando a la industria paquistaní que empieza a generar pérdidas millonarias. Los trabajadores, con resignación y altas dosis de estoicismo continúan intentando levantar una industria marcada por un obsoleto sistema y la escasez de recursos energéticos.