Las circunstancias propiciaron que Mou Tun-fei se decepcionara del cine. Como estudiante en The National Taiwan Film Arts School, Mou nunca tuvo la oportunidad de sostener una cámara. Su escuela, como el resto de la isla taiwanesa, por entonces era tan pobre que carecía de toda tecnología. Los alumnos aprendían observando películas una y otra vez hasta memorizar la cantidad de cortes. Mou y sus amigos sobornaban a los proyeccionistas para que les prestaran rollos para poder recordarlos cuadro por cuadro. Se hartó de memorizar películas y se inició en la práctica como asistente de director en una cinta de propaganda política. Después trabajó para una productora que se dedicaba a géneros con formatos no menos predecibles: artes marciales, gansteril, etc. Ya por estos años se mostraba proclive por retratar la crueldad. Llamó la atención con “Lost souls” (1980) en la que unos traficantes fuerzan a un grupo de inmigrantes ilegales a servir como esclavos sexuales. En Occidente la tildaron de ser un eco sensacionalista de la desconcertante “Saló” de Pasolini.
Tiempo después, habiéndose mudado desde Taiwan al continente, supo de la Unidad 731 que operó en Manchuria. Los viejos contaban historias terribles sobre aquella instalación del Ejercito Imperial Japonés construida durante la ocupación nipona mientras afuera se libraba la II Guerra Mundial. Se había demostrado que cerca de 10 mil chinos y coreanos habían sido sacrificados en el testeo de armas biológicas y en la experimentación miscelánea para probar la mortandad o sobrevivencia del humano en situaciones extremas. Pero para la década del ochenta ambos países se habían declarado “amigos”, por lo tanto recrear ese pasado era desaconsejable para quien quiera hacer una película en China. Sin embargo, Mou Tun-fei se obsesionó con el tema y se dedicó varios años a investigar lo que había ocurrido. Su primera intención era hacer un documental, pero la disponibilidad de archivos fílmicos era nula: los japoneses en su huída habían destruido incontables evidencias. Entonces optó por dar formato de ficción a sus hallazgos. Tuvo acceso a documentos clasificados en Estados Unidos, entrevistó testigos de China y Japón, hasta que pudo escribir un guión que espantaría a cualquier productor. Excepto a uno. Mou Tun-fei estaba seguro que sería él quien pondría hasta el último centavo en su proyecto, pero para su sorpresa un productor chino se mostró interesado. “Será el peor negocio de tu vida”, le advirtió el director. El productor leyó el guión y, a pesar de ello, insistió. “Perderás hasta el último centavo”. “No importa, puedo sobrevivir”. Mou le puso como condición que no se inmiscuyera en ningún asunto creativo, aquel aceptó y así Mou se salvó de ser el único en perder hasta la camisa. El director supone que la motivación del productor era personal, pues había crecido al norte de China donde las historias sobre la Unidad 731 eran materia de pesadillas para los niños, o astutamente imaginó el lejano potencial comercial de aquella cinta maldita que estaba por nacer.
¿Cómo escenificar un genocidio sin ser inhumano? Supongo que no se puede hablar de lo indignante sin indignar, del dolor sin herir. “Men behind the sun” pretendía develar lo que algunos afirmaban nunca había ocurrido, su proyecto ponía en peligro las relaciones amicales entre dos países que se habían odiado. Aunque “amistad es amistad, e Historia es Historia”, como reza un cartel al inicio, no es sencillo representar la enajenación de la guerra sin causar repulsión. Asi que “Men behind the sun” terminó siendo para muchos una representación de mal gusto de un recuerdo lacerante.
Reclutas puberes son enviados a servir a la Unidad 731. Desconocen por completo las actividades del lugar, pero tienen la certeza que el Imperio del Japón está destinado a controlar Asia y que los chinos son una raza inferior. Para su espanto, pronto descubrirán cúal es la “especialidad de la casa”: los cadáveres se acumulan cada día ante el incinerador. Les enseñan a referirse a los prisioneros como “maruts” (leños). El científico militar a cargo es Shiro Ishii, cuya meta principal es encontrar un modo de propagar eficazmente la peste bubónica como arma biológica (la Unidad cuenta incluso con su propio criadero de ratas). Se realizan además otros experimentos brutales en las que los sujetos perecen mutilados, destripados, infectados, etc, es decir como sucede normalmente en los laboratorios pero con humanos en lugar de ratones. En el sótano hay un viejo enloquecido que silba mientras despacha cadáveres al incinerador.
A pesar de su aspera corteza, que muchos llamaron “sensacionalista”, “Men behind the sun” es una película seria, de una seriedad mortal. No alude al genocidio de la manera vacía y oportunista del nazi-explotation en películas como “Ilsa, She wolf of the SS” (1974), comentada aquí. Es un film de denuncia y como tal no tiene reparos en disgustar a su espectador incluso hasta la náusea. Pero no todo es violencia, los personajes están bien definidos, las actuaciones son destacables y la acción dramática ocupa la mayor parte del metraje. Los científicos japoneses no parecen fanáticos enloquecidos, como los caricaturescos nazis del cine, simplemente actúan con la frialdad de quién ve en el vencido un recurso para expander su conocimiento y afianzar superioridad. Incluso cuando llegan las noticias del ataque nuclear contra el Japón, y en consecuencia el inminente desalojo de las fuerzas japonesas de China, los responsables de la Unidad 731 operan con eficiencia en el borrado de pruebas y la aniquilación de prisioneros, aunque no pueden dejar de lamentar la pérdida de los archivos por su “valor científico”.
En el terreno de lo sangriento, “Men behind the sun” destaca por dos escenas especialmente hirientes que prescinden de efectos especiales: la autopsia de un niño y la muerte de un gato por una multitud de ratas. En el primer caso, Mou y su equipo obtuvieron permiso para filmar la autopsia de un cadáver de once años de edad que coincidia con el personaje que en la ficción acababan de matar. El otro caso es más bien innecesario y despertó gran indignación tanto así que Mou se ha negado a dar detalles de su realización. En esta escena, Shiro Ishii pretende ilustrar sus teorías y de paso “alentar” a sus subalternos de la posibilidad de salir bien librados, para ello arroja al pobre gato al criadero de ratas. Sin embargo, uno esperaría que la reacción del animal sea mucho más desesperada, por lo que cabe la esperanza de que haya algún truco aquí, aunque sea difícil de creer. Lo que si es seguro es que aquellas y otras secuencias grotescas resultan tan punzantes que paradójicamente la intención del director de poner en evidencia los crímenes del Japón, una sociedad orgullosa que se autopercibe como incapaz de tales atrocidades, pasa a segundo plano. Por ejemplo, es sabido, y la película da cuenta de ello, que Shiro Ishii y otros científicos de la Unidad 731, una vez terminada la guerra, no fueron a la cárcel sino a servir a los Estados Unidos, interesado en sus investigaciones en armas biológicas.
Sin embargo, en esta afrenta al Japón hay lugar para cierto optimismo en las siguientes generaciones. Los niños reclutas representan la indignación futura frente a los excesos del imperialismo japonés. Esto lo podemos apreciar, por ejemplo, cuando los reclutas hacen amistad con un niño local. Un día un superior les ordena que lo lleven a la Unidad, ellos obedecen pero no imaginan que el niño será asesinado. Al enterarse, los niños se rebelan y golpean a un superior.
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LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 10 septiembre a las 04:16
Realmente estuvo muy dura la película, nisiquiera me puedo imaginar el dolor que sintieron al ser sometidos a tanatas barbaries