Revista Cine
Un año después de la modesta En el Corazón de la Mentira (1999), el incansable Chabrol nos entregó la primera obra mayor de la década: Gracias por el Chocolate (Merci pour le Chocolat, Francia-Suiza, 2000), su largometraje número 48, un fascinante ejercicio hitchcockiano de crimen, buenos modales y perversidad congénita.
Al igual que en varias obras maestras del Mago del Suspenso, en Gracias por el Chocolate abundan los dobles: hay dos muchachos -hombre y mujer- que probablemente han sido criados en las familias equivocadas, hay dos mujeres maduras de fuerte personalidad, hay dos accidentes automovilísticos que ocurren en la misma carretera, hay dos matrimonios de la misma pareja... Y al igual que en el cine de Hitchcock, el manejo de la cámara -en este caso, de Renato Berta- es magistral: filmada en buena parte en interiores y a través de planos cercanos, los encuadres nos muestran sutilmente las tensiones que existen entre los personajes, sus temores, sus sospechas, su maldad, su inocencia.
Otro detalle más, igualmente hitchockiano: la casualidad, el azar puro, que echa a andar la acción. Estamos en Lausana, Suiza. Una plática imprudente de sobremesa le informa a la joven pianista Jeanne Pollet (Anna Mouglalis) que, acaso, en el hospital en el que nació hace 18 años, la intercambiaron de familia y puede ser que su padre sea el genial pianista especialista en Liszt, André Polonski (Jacques Dutronc). Jeanne, presa de la curiosidad, decide visitar a su probable padre, lo que no le causa mucha gracia al hijo de André, Guillaume (Rudolph Pauly), quien cree que la muchacha tiene otras intenciones. Pronto queda claro que no es así y André, fascinado por el talento natural de la muchacha, decide prepararla para convertirla en una mejor pianista. La mujer de André y madrastra de Guillaume, Mika (impresionante Isabelle Huppert), observa todo con interés y sin aparente preocupación. Mika es la mujer más amable del mundo: dueña de un emporio chocolatero, impecablemente vestida, con los más refinados modales y con la sonrisa a flor de labio, la mujer es prácticamente perfecta. Pero hay algo que llama la atención en Mika -es decir, en la actuación de Huppert-: cuando sonríe, los ojos permanece fijos, duros, distantes. La voz es dulce pero la mirada es de hiel. Esta mujer oculta algo. Y muy pronto nos daremos cuenta de qué se trata.
La Mika de Huppert/Chabrol es, para variar, otro monstruo. Sólo que, a diferencia, por ejemplo, de la espanta-cigüeñas de Un Asunto de Mujeres (1998), Mika es muy conciente de quién es y qué hace, aunque ni ella misma sepa por qué. Tiene una necesidad de hacer el mal para luego ser la primera en ofrecerse en hacer el bien. La fórmula es perfecta y ella también lo es. Por eso, cuando algo le sale mal, el rostro devastado de Mika, en la toma final de más de 3 minutos, lo dice todo. Ya nadie le va a creer nada.
Gracias por el Chocolate se exhibe hoy domingo a las 18:15 y 20:30 horas en la Cineteca Nacional.