Revista Cómics

Homenaje a Tortu

Publicado el 17 octubre 2020 por Airin

 Érase una vez una tortuga que se llamaba Tortu. Su dueña, una tal Pamela, no le puso ningún nombre cuando la compró hace ya unos 7 o 10 años y ya por pereza, le empezó a llamar Tortu. No sabemos si Tortu era macho o hembra, eso nos da igual, lo más importante es que era muy suya, reservada y de pocas palabras. Tortu vivía en un acuario con su rampita y sus piedras cogidas de cualquier lugar ahora reconvertidas en fondo marino y aparentemente era feliz. En el núcleo familiar, además de Pamela vivía una perra muy rasta llamada Zionel Richi. Zionel era una boxer encantadora, una perra de catálogo con el único inconveniente de que, en cuanto te descuidaras, te mataba una oveja en un momento. Aparte de matar ovejas, Zionel aceptaba la existencia de Tortu con aceptación e intriga.

No sabemos a ciencia cierta si Tortu era feliz en su acuario (sobre todo cuando olía a carne podrida en pleno proceso de descomposición) o por  el contrario, odiaba a Pamela y a la humanidad por haberla secuestrado de su hábitat natural y trasladarla a una casa  donde  se adoraba a Jordi Hurtado.

Un día de este virulento año, Pamela llevó a Tortu a casa de su amigo Pepe, quién recibió a Tortu con gran alegría y alborozo. Pepe  se esforzó en hacerle a Tortu un verdadero hogar y se puso manos a la obra gracias a unos tutoriales de Bricomanía de hace tres temporadas que encontró en YouTube, más concretamente en el capítulo 5 hacia la mitad. Animado por el campechano, barbudo y afable presentador, Pepe consiguió hacerle a Tortu un auténtico paraíso, un oasis, una isla caribeña llena de frutas tropicales donde poder vivir a cuerpo de rey (o reina). Tortu se llevó tal impresión que estuvo varios día debajo del estanque, ya que fuera estaba la luz del sol y era demasiado cegadora para sus ojillos acostumbrados a la luz de baja calidad que tenía Pamela en su lúgubre salón. Poco a poco, Tortu fue cogiendo confianza y se animó a explorar sus dominios vírgenes, desde la selva tropical pasando por la cabaña (ideal para refugiarse de las lluvias o tener intimidad para sus necesidades varias) sin olvidarnos del jardín de cactus (éste último copiado del artista César Manrique del que Pepe es fan). La vida le sonreía a Tortu, se había librado de Pamela y ahora se sentía una auténtica jequesa, pero... lo que nadie sabía, es que Tortu, era una superdotada del mundo animal. Tortu no podía gritar al mundo lo inteligente que era, no tenía otra tortuga para debatir cosas importantes como si las gambitas secas son mejor que el pienso en barritas o quién es el artista más completo si David Bowie o Michael Jackson. Así que sin prisa pero sin pausa, la depresión fue apareciendo en la vida de Tortu hasta que un día ya no pudo más. Una tarde de un soleado jueves, sobre las 17:25 decidió hacerse el harakiri cual Yukio Mishima pero en versión tortuga. Aprovechando que Pepe no estaba en la casa ("siempre estarás en mi corazón Pepe, gracias por todo compañero") dijo adiós a la vida poniéndose en la boca de  Zionel Richi, la cual siempre estaba al acecho de nuestra protagonista. Tortu le dijo a Zionel: ¡Cómeme, rómpeme el caparazón y satisface tu mortífera curiosidad saboreando mi verde cuerpo!¡Adiós mundo cruel, me voy para no volver!

Y efectivamente, Tortu no volvió nunca más.

FIN


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