Eran las más baratas del Decatlon. Veinte euros costaban. En realidad ni siquiera entraban en la categoría porque no cubren el tobillo. Se les encargó un trabajo sencillo. Como mucho tres meses de viaje, la mayor parte del tiempo caminando por la fácil y agradable arena de las playas brasileiras. Era una misión corta y sin complicaciones.
Sin embargo todo cambió. Aquel viaje al que las previsiones más realistas le ortogaban un mes de vida se prolongó hasta los 20 meses. Y agradables caminatas por playas de arena fue de lo que menos hubo. En lugar de eso, desde el principio les tocó recorrer kms y kms de trekkings.
Tampoco descansaron durante el año en Buenos Aires. Sirvieron perfectamente como botas de baloncesto al menos una vez por semana. Luego les tocó congelarse de frío en la superficie de un glaciar. Pedalear en una bicicleta en Bolivia. Buscar anacondas por el Amazonas.
Subir hasta los casi 6000 metros del Misti. Hundirse en el lodo del camino al Altar. Cruzar ríos atravesando la jungla. Bajar cascadas en Mérida. Subir y bajar millones de senderos llenos de piedras que les destrozaban la suela.
Jamás se quejaron, jamás dejaron de cumplir con su trabajo. Aguantaron todo aquello íntegras durante los casi dos años que acabó durando aquel viajecillo de un mes. Iban sufriendo heridas de guerra pero seguían operativas, seguían al pie del cañón.
Hoy dijeron basta. Reventaron del todo. Pero lo hicieron cuando sabían que ya no eran necesarias, cuando sabían que su trabajo había terminado. Roraima era la última prueba de fuego y aguantaron hasta el final. Entonces explotaron. Sabían que nunca regresarían a Europa y murieron como tenían que hacerlo, en el campo de batalla. Esas Quechua de veinte euros se merecen este post de homenaje.
Y las Quechua murieron