Cuando Alphonse Daudet tenía dieciséis años murió su hermano Henri, y su padre profirió un alarido: “¡Ha muerto! ¡Ha muerto!”. Daudet -escribiría más tarde- fue ya en ese momento consciente de su reacción disociada ante la escena: “Mi primer Yo lloraba, pero mi segundo Yo pensaba: “¡Qué tremendo alarido! ¡Quedaría fantástico en un escenario!”. A partir de entonces sería un “¡homo duplex, homo duplex!”. “A menudo he pensado en esta espantosa dualidad. Mi terrible segundo Yo siempre está ahí, sentado en una silla, observando, mientras mi primer Yo se levanta, actúa, vive, sufre, se debate. A este segundo Yo jamás he podido emborracharlo, o hacerlo llorar, o dormirlo. ¡Y con qué profundidad ve las cosas! ¡Y de qué manera se mofa de ellas!”.
“El artista, a mi modo de ver -escribió Flaubert-, es una monstruosidad, algo externo a la naturaleza.” Daudet, en efecto, se siente un monstruo al reflexionar sobre ello; su condición de escritor le produce casi repugnancia. Algunos escritores logran dormir a su segundo Yo, o emborracharlo; otros son menos constantemente conscientes de su presencia; y otros poseen un activo y efectivo segundo Yo al tiempo que un primer Yo indigno y tedioso. Tiene razón Graham Greene cuando afirma que el escritor necesita una pizca de hielo en el corazón; pero si el hielo es demasiado o la pizca le enfría demasiado el corazón, su segundo Yo no tiene nada -o nada interesante- que observar.
Julian Barnes
Prólogo de En la tierra del dolor de Alphonse Daudet
***
Sin embargo, creo que la ironía domina la vida. ¿por qué, cuando lloro, voy a menudo al espejo para verme? Esta disposición a planear sobre uno mismo es quizá la fuente de toda virtud. Te arranca de la propia personalidad en lugar de mantenerte aferrado a ella. La comicidad llegada al extremo, la comicidad que no hace reír, el lirismo en la broma es para mí lo que más me seduce como escritor. Ahí están los dos elementos humanos.
Gustave Flaubert
Carta a Louise Colet, 8-9 de mayo de 1852
***
El descubrimiento de la tumba de mi padre, de las palabras PEREC ICEK JUDKO seguidas de un número de identificación, inscritas en una chapa sobre la cruz de madera, todavía perfectamente legibles, me causó una sensación difícil de describir: la impresión más tenaz era la de una escena que yo estaba representando, representándome: quince años más tarde, el hijo acude a recogerse ante la tumba de su padre.
Georges Perec
W o el recuerdo de la infancia
Imagen: Maj-Britt Nilsson llorando frente a un espejo
Juegos de Verano, Ingmar Bergman, 1973