Revista Libros
Uno de los grandes olvidos de la prehistoria expresionista suele ser Homunculus, el melodrama en seis entregas que estuvo de moda en la elegante Berlín de principios del siglo XX ¿Hubo cine de terror alemán sin pie en sus propias leyendas? Otto Rippert parece decir que sí y, pese a las semejanzas que mantiene con El Golem, la premisa de la serie suena a clásico inglés de 1818 (Frankenstein, Shelley).Un científico famoso (Hansen) y su asistente (Rodin) fabrican hombre artificial de brillante intelecto y voluntad, que donde quiera que escape (aún en los países más lejanos) la gente reconoce como “Homunculus, el hombre sin alma, el servidor del diablo, un monstruo”. Consecuencia del desprecio y del horror social es el sentimiento de inferioridad y la soledad y el único sistema de defensa confiable, siempre que se la planee estratégicamente, es la venganza más violenta.
Filmada en 1916, cuando Hitler apenas tenía unos 17 años y la Primera Guerra Mundial todavía no había terminado, Homunculus puede leerse en clave profética, como un presagio a escala supra natural del horror que se extenderá, pocos años más tarde, por el mundo entero. Porque la furia que sucede después que asesinan a su perro es algo que ni su único “amigo”, Rodin, puede evitar: disfrazado de obrero, incita a las masas a la huelga, lo que le permite que él, el dictador, los aplaste sin piedad. Finalmente, precipita una guerra mundial. Su existencia monstruosa es tronchada nada menos que por un rayo” (Kraucaer, 1947, pág. 38)