Aunque se pueda contar entre las tropas hispanas de Aníbal, este contingente merece mención aparte por sus especiales características. Se citan por primera vez a mediados del siglo IV a. C. en Cerdeña, durante la conquista de Selinunte (409 a. C., durante la Segunda Guerra Siciliana). Diodoro les coloca entre los combatientes cartagineses durante la toma de Agrigento y, ya comenzada la Tercera Guerra Siciliana, en la batalla de Ecnomo (310 a. C.), a las órdenes de Amílcar, hijo de Giscón.
De ellos dice Diodoro Sículo, que:
(...) en la práctica de lanzar grandes piedras con honda aventajan a todos los demás hombres.
Diodoro Sículo, Biblioteca histórica v.17.1.
Los honderos baleares — mencionados por las fuentes como funditores, por extensión del arma que manejaban, la honda, llamada funda en latín — combatían «semidesnudos», es decir, con escaso armamento defensivo. Al respecto dice Tito Livio «levium armorum baliares» —armados a la ligera—, y «levis armatura». También refiere que como armamento defensivo sólo usaban un escudo recubierto de piel de cabra, y como armamento ofensivo un venablo de madera afilada y las célebres hondas.
Estas eran elaboradas con una fibra vegetal negra trenzada, con crines o con nervios de animales. Utilizaban tres tipos de hondas de distintas longitudes, según la distancia del objetivo a alcanzar. Las que no estaban usando en un momento dado, las llevaban en torno a la cabeza y la cintura. Por el contrario, según Estrabón y otrOs autores, llevaban las tres hondas atadas alrededor de la cabeza.
Los proyectiles, que lanzaban tras voltear tres veces sus hondas, podían ser de piedra, terracota o plomo. Podían llegar a pesar hasta 500 gramos, y sus efectos eran análogos a los de una catapulta.
Su maestría con la honda la intentaba explicar ya Licofrón en su poema épico Alexandra, donde hablaba así de los fugitivos de Troya que llegan a las Islas Baleares:
Después de navegar como cangrejos en las rocas de Gimnesis] rodeados de mar, arrastraron su existencia cubiertos de pieles peludas, sin vestidos, descalzos, armados de tres hondas de doble cordada. Y las madres señalaron a sus hijos más pequeños, en ayuno, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con la boca si antes, con piedra precisa, no acierta un pedazo puesto sobre un palo como blanco.
Licofrón de Calcis (280 adC), Alexandra (versos 633-641)
Excelentes defensores y asaltantes de fortificaciones, los cartagineses los emplearon sobre todo en el campo de batalla. Normalmente, eran los primeros en intervenir en las batallas, derribando a las primeras filas enemigas, rompiendo escudos, yelmos y cualquier tipo de arma defensiva
Cuando se les terminaban los proyectiles o el enemigo estaba ya muy próximo, se replegaban junto a los arqueros para ceder el paso al grueso de la infantería ligera.
Según los cronistas, AníbaL contó con aproximadamente 2000 honderos, quien en los inicios de la campaña en la Península Itálica los dispuso en primera fila de su ejército, y eran los encargados de comenzar la lucha hostigando a los romanos. Esta disposición de las tropas, que tenía un cierto paralelismo con la de los vélites en el ejército romano, la repitió en Cannas (216 a. C.).
Es significativo el hecho de que los contingentes de honderos fueran citados expresamente en la distribución de tropas que Aníbal hizo antes de dejar el mando del territorio cartaginés en la península Ibérica a su hermano Asdrúbal, al que confió 500 baleares. Aníbal confería gran importancia a estas tropas y las protegió a lo largo de la campaña como soldados irreemplazables. El motivo no era otro que el mayor alcance y precisión que la honda tenía sobre el arco.