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A continuación, dos comentarios a los libros de poemas de las poetas Carolina Salazar Medina, Cada nueve meses se gesta la muerte de un alma platónica (Alastor, 2024) e Hija de vecinos (Intermezzo Tropical, 2024) de Ana Carolina Quiñonez Salpietro.
Escrito por José Carlos Picón
La honestidad es un principio que, en poesía, se valora cuando expande su energía en el lenguaje, de manera que el poema va transformándose en recuento o inventario espiritual y moral, detección de grietas y luxaciones que alteran la vida. Desde un punto de vista, esto podría ser lo que trata la poesía. Una forma de recrear la individualidad desde la intimidad, amparándose en el espejo del autoconocimiento. Este puede ser melancólico, desgarrado y pesimista o, tal vez, iluminado.
Tengo dos poemarios, Cada nueve meses se gesta la muerte de un alma platónica (Alastor, 2024) de Carolina Salazar Merino, e Hija de vecinos (Intermezzo Tropical, 2024) de Ana Carolina Quiñónez Salpietro. Cada uno hace eco de aquella honestidad, pero desde diferentes espacios, con sutiles –diría un poco más-- variaciones en sus características.
Carolina Salazar Merino: el ansia de vivir
El dolor y el sufrimiento, cuando no dependen de quien los manifiesta, puede ser un camino cuyo costo pueda que sea elevadísimo. Cuando una serie de condiciones clínicas sella su alianza con la desesperación, el ser recorre un colapso rítmico. Desesperación, no obstante, que representa un portal para determinado crecimiento o maduración. En la articulación del lenguaje escrito puede observarse, un porcentaje, tal vez, de la acción del sano juicio.
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© Alastor Editores
En de Salazar Merino, somos testigos de la lucidez del dolor. No resulta por ello sorpresivo que una figura como Antonin Artaud se haga presente en el volumen, con el principal epígrafe y en los agradecimientos. Artaud es el profeta de la iluminación a través del sufrimiento.
Además, también encontramos el “sufrir” vallejiano, central dimensión del poemario, tanto en su lingüística poética y la claridad de sentido como en el nervio descubierto con que Salazar Merino arremete en el texto. Los homenajes al poeta de Santiago de Chuco están implícitos y explícitos en varias piezas.
Carolina expresa su “más hondo rencor hacia la vida” en cada página. El vacío es el conducto a través del cual la emoción se convierte en tangible. En este poemario el vacío es emplazamiento de diversos flujos de dolor y amargura, jaspeados apenas por la luz de una penumbra de la luz y la esperanza. Es que los poemas de Salazar encarnan un ansia de vivir, velado por una vulnerabilidad extrema, un sentimiento de desamparo, tristeza, melancolía, y mucha rabia.
En cierta medida, y dicho lo anterior, lo que la poeta emprende en este poemario es mirar hacia adentro a la claridad de un entorno, sea el resultado de la travesía positiva o negativa. Carolina Salazar Merino opta por acercarse a la espiritualidad cuando reconoce sus heridas y carencias, y cuando enfrenta la vida con efectos variados. El trabajo de aprender a vivir en poesía tiene para rato.
Nunca la subjetividad me resultó abrumadora
tan abrumadora que puedo sentir la fragilidad del otro
sin embargo yo descalifico,
fallo,
encuentro mi raíz en el error,
una y otra vez desacierto,
las subjetividades me resultan abrumadoras
fallo en el contacto con ellas,
es mi pobre espíritu carente de sensibilidad.
Me aíslo.
La relación con otras subjetividades a quienes quiero amar,
me abruma,
llena de significados y significantes,
la semiología de las emociones,
no las entiendo. Fallo.
Error tras error.
La soledad me incita a observarme,
por dentro,
encuentro un ser ermitaño,
tal vez no tenga alma,
tendré que tejer una.
Ana Carolina Quiñonez: hija de sí misma
En Hija de vecinos, la poeta limeña radicada en Barcelona desarrolla una honestidad ligada a su entorno íntimo, espacial. Su mirada, aunque también introspectiva, viaja acorde a las latencias impulsadas por la nostalgia, la inestabilidad familiar, el amor romántico, la reparación simbólica y, desde luego, el exilio.
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© Sofía Alvarez Capuñay
Su condición de exiliada le enseña la distancia y prepara para la soledad adulta, la intemperie emocional, el recuento de relaciones específicas y lugares sentimentales. Quiñonez es miembro de una especie de “animales en cautiverio” que desplaza su subjetividad a través de la mirada con dirección a la memoria familiar e íntima.
El sentido geográfico en los poemas de Quiñonez Salpietro teje sólidas texturas con escenas y recuerdos, con anécdotas, gritos y susurros. El silencio abrasivo de Ana Carolina expande su potencial en la letra, porque el diálogo es interior, una autonomía zozobrante y tambaleante, prisionero de la pasión, el anhelo, las enmiendas y el insomnio.
Por otro lado, un desplazamiento por la memoria familiar y afectiva la coloca en un escenario de confesión y aceptación. No obstante, en este caso, la vulnerabilidad tiene su apoyo en las lides sobre la vida complejas, firmes y estoicas.
A su vez, varios de los poemas son plataformas desde la que Carolina piensa su yo, revelando tópicos entre los cuales la maternidad, la herencia, la convivencia y la sexualidad, no escapan. Un libro transparente, de testimonio auténtico, lenguaje breve y admisión testimonial.
Tengo que ser mi propia casa
Son las tres de la mañana
y no puedo dormir.
Tengo que ser mi propia casa.
A esta hora
conozco la fragilidad
de frente.
No me gusta cómo me siento.
Sola.
Con la mudanza encima
y mis cosas.
Pero ya me queda claro
que las horas del trabajo
son más importantes
que las mías
por eso
ni esta madrugada
ni la siguiente
escribiré ningún poema.