Revista Cultura y Ocio

Hopper

Por Calvodemora
Hopper
Uno quisiera estar solo en ocasiones, solo como están los personajes de los cuadros de Hopper, solo, sin el afecto poético de que existen los otros y que de alguna forma nos confortarán cuando los veamos y pedirán que contemos con ellos para lo que se nos ocurra, pero no podemos evitar dejarnos embaucar por la tristeza, permitir que nos conduzca y entenebrezca un poco, a sabiendas incluso del mal que su mala administración puede ocasionarnos. Se tiene de lo triste esa percepción decadente. Hay tristezas en las que se confía ciegamente. Cree uno que habrá un rédito artístico. Como si esa hondura del ánimo de verdad abriera el numen o lo reformara o simplemente extrajera de su oficio las maneras más nobles, las de más fuste, todas las que sabemos que andan ahí, a escondidas, tutelando la belleza. No sé qué podríamos sentir si fuésemos un personaje de un cuadro de Hopper. A lo sumo la pérdida, la sensación absoluta de abandono, la creencia de que el mundo está ahí afuera, girando, obstinado, terco, y de que nosotros, los que miramos una taza de café en un bar muy cutre de una estación de tren o los que miran por una ventana.Está en Hopper un estado de ánimo que ya hemos tenido. De Louis Armstrong se decía que era capaz de pulsar cualquiera de esos estados con su trompeta. A Hopper le pasa lo mismo con un lienzo. La conmoción de la soledad o del silencio se distrae con el atrezzo en sus cuadros. Siempre hay una voluntad lírica, y también narrativa, de que el escenario al cual se vincula la idea misma de la pintura desprenda la misma vida que los personajes que la pueblan. Es el vacío el gran tema y de él salen todos los demás. Uno está a veces vacío como lo están los personajes de los cuadros de Hopper, solo, no sabiendo con certeza qué paso dar después, cómo contar a los demás o a uno mismo la dureza del trayecto, toda esa orfandad con la se encara la consecución limpia de la trama.

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