Aquel rostro, aquel rostro otrora alegre y pueril, es ahora la marca de la frigidez de su alma. Ya no es el mismo ensoñador alegre que se paseaba con orgullo y emoción…Ahora, el frío invierno ha invadido su alma cual maligna tempestad, y las endiabladas ráfagas del dolor y el hastío le golpean sin clemencia.
La amarga soledad continua han hecho de él una dura roca, incapaz de manifestar alegría alguna. Aquel pobre ser vierte su dolor en inclementes gritos recordando las ilusiones pasadas…Ilusiones que antes eran dulces sueños, y ahora se han transformado en malignos íncubos que trastocan su pensamiento. —«¡Basta ya!»— Increpa a sus imaginarios enemigos, pero una vez más hieren su alma con los endiablados recuerdos.
Una hora, dos horas, tres… El reloj avanza sin reparo, mientras los malditos duendes de los recuerdos continúan golpeando su alma.
Cuatro, cinco y hasta seis horas han pasado, y aquel tormento no se detiene. Pobre alma, pobre vacío…—«¡Fuera ya!»— y sus endemoniados incubos le hacen delirar y ver en la oscura lejanía espíritus y visiones de sus amores pasados…
Siete, ocho y nueve horas van ya; ya su frío y maltrecho ser comienza a ceder. Y de aquel demacrado rostro, que ya no es jovial y alegre, sino una dura roca, comienzan a brotar dos cascadas de aguas cristalinas, que discurren por sus mejillas, rosadas y rozagantes antes, ahora blancas y demacradas. Ya no lo soporta; del amargo precipicio en el que le han empujado sus propios demonios, no puede escapar…
Diez, once horas; y ahora aquel ser no es más que un manojo de delirios… Sentado y abrazado a sus rodillas, cual pequeñuelo deprimido, se agita de un lado a otro, gritando a los cuatro vientos aquellas viejas ilusiones… sus dos pequeñas cascadas se han convertido en un océano. Su mirada se extravía en el horizonte lejano y justo en aquel momento, el reloj marca ya las doce…se escuchan las doce lúgubres campanadas en la lejanía…
De pronto sus ojos, enrojecidos por aquellas tristes cascadas, de las que sus malignos demonios se alimentaban, se extraviaron en la oscuridad y perdieron todo brillo de lucidez…Los demonios de los recuerdos intentaban continuar hiriéndole, más su mente ya no estaba allí… En sus labios, una extraña y demencial sonrisa apareció, y lentamente se puso de pie, observando la soledad en la que estaba… Y así avanzó, con sus fantasmas detrás, pero ya incapaz de sentir daño alguno… Pues la dulce locura había llegado en su auxilio, cual deidad que acude a socorrer a sus creyentes … Sus viejas ilusiones eran ahora solo extraños cuadros que le hacían reír… Los demonios no tenían ya poder; él se mofaba de ellos y profería palabras extrañas. Entonces, abrazado a la deliciosa locura, se alejó rumbo a un destino incierto, con aquella mirada extraviada y una eterna sonrisa en su pálido rostro. Atrás quedó la cordura y el dolor que de ella desprendía; las horas no pasaron en vano, pues ahora su nuevo dios lo protegería de la maldad de aquellos demonios llamados recuerdos…
Fuente de la imagen principal: Darksouls1 (2018) Extraído de: https://pixabay.com/es/photos/ni%C3%B1a-tristeza-soledad-triste-3421489/
