Revista Sociedad

Horas muertas

Publicado el 22 febrero 2017 por Abel Ros

Cada día estoy más harto de las redes sociales. Durante los últimos meses, he publicado, de forma frecuente, en Facebook y Twitter. Lo he hecho por cuestiones de visibilidad o, como dicen en mi pueblo, para estar vivo en los barrios del más allá. A partir de hoy, he decidido desparecer del combate. He decidido escribir solo en mi blog, sin preocuparme lo más mínimo de la repercusión social de mis escritos. Necesito apartarme del ruido; salirme del estruendo que invade la vida de millones de mortales. Un estruendo que secuestra el tiempo de quienes se consideran leones en las selvas digitales. Esta mañana, sin ir más lejos, he hablado sobre el tema con Jacinto, un viejo conocido del Capri. Me decía este noctámbulo de los bares, y amigo de mujeres a deshoras, que su móvil es un Nokia de los tiempos aznarianos. Un móvil sin Internet, de esos que usan los abuelos y nostálgicos del franquismo.

Estamos, en palabras del filósofo, ante un paisaje de cabizbajos; de seres que deambulan por el metro, como si fueran soldados derrotados en las tierras de Siberia. Las redes sociales, en muchos casos, son adictivas. Lo son porque en ellas, muchos encuentran el "psicólogo" que les falta en la sequedad de sus vidas. Encuentran, el reconocimiento que necesitan para sentirse importantes de puertas para adentro. Hace meses, os comenté que El Capri se había convertido en un bar de "sordomudos digitales"; un lugar donde el teléfono móvil ha sustituido la tertulia inteligente de los tiempos galdosianos. Ahora, el café se bebe acompañado de emoticonos y toques de wasap. Me comentaba Gregorio - el marido de Carmela - que su hijo, de quince, se pasa las horas muertas enganchado al wasap. Me decía, que su Manuel no puede vivir sin el móvil. No puede porque cuando se lo prohíbe, reproduce los mismos síntomas que sufren los drogadictos cuando les falta la cocaína. Es una pena que los artefactos del presente sean el tabaco de los tiempos de mi abuela.

El móvil se ha convertido en un contaminante para la salud de los diálogos. El móvil enfrenta cada día a parejas en los sofás de sus casas; a profesores y alumnos en las aulas y recreos. Y, a patronos y empleados en oficinas y despachos. Las redes sociales, por su parte, han prostituido nuestras vidas. Gracias a ellas, sabemos lo que se cuece en los fogones del otro; algo negativo para el Derecho a la Intimidad. Un derecho reconocido en nuestra Constitución, y que cada día está menos considerado en los suburbios de Internet. Las redes sociales insuflan el ego de millones de anónimos reales. Millones de personas que, antes de las mismas, deambulaban invisibles por la senda de sus vidas. Es, precisamente, la figura de Narciso, la que se refleja en el lago de las redes. Una fiebre narcisista que contagia las estimas; sin distinguir edad, sexo o posición social. Tanto es así que políticos como Trump utilizan Twitter - un medio global - para fines nacionalistas.

Por Abel Ros, el 22 Febrero 2017

http://elrincondelacritica.com/2017/02/22/horas-muertas/


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