En una de las tertulias televisivas, la otra noche se atrevieron a pronosticar que “el Gobierno de España no dispone de dinero para pagar las nóminas del mes de Septiembre”. ¿Cómo debemos tomar esta alarmante y trivial afirmación? ¿Es una verdad contrastada, simple liturgia de la confusión o verborrea de intereses ocultos? ¿Son opiniones verdaderamente consistentes? Lo cierto es que esta situación es producto del derroche, la mangancia y la corrupción de un sistema que no funciona para el bien general. La España Autonómica presenta la faz de una nación voluble, insulsa, dirigida por una corporación insolvente e inepta que no logra alzar sus miras más allá de sus apegos domésticos y sus empeños clientelares.
La realidad es que el PP ha heredado un país en quiebra y debiera haberse esforzado en contárselo a los españoles con tesón; la coyuntura es muy grave; si, como reconoce Montoro, no sube la recaudación y se termina el dinero con el que se pagan las nóminas, habrá dificultades, al haber dejado sin saldar las deudas contraídas todos los irresponsables que, desde alguna administración pública, se gastaron lo que no tenían. Esta es la situación, la verdad no contada; un horizonte negro que la izquierda en la oposición, precedida por el PSOE y sus sindicatos adláteres, hace oídos sordos, insolidaria, entre danzas de demagogia tanto más indecente cuanto específica su responsabilidad en el desastre y sin rubor declara la guerra al Ejecutivo. No es un apocalipsis imaginario sino un conjunto de hipótesis verosímiles. Y las estamos haciendo cada vez más probables entre todos a base de una maléfica ausencia de sensatez colectiva, porque una nación no puede ser una resma de taifas al arbitrio de un compendio de congéneres obnubilados por la pasión del poder y la obstinación de sus ideologías.
Y si el bloqueo institucional acaba impidiendo la adopción de medidas de saneamiento puede que Europa se harte de esto, dé un golpe sobre la mesa y corte por lo sano la sangría, desoyendo las lamentaciones pesarosas de los miniestados territoriales; o, algo peor, que cansada desista; que el alto rescate le parezca excesivo y nos abandone en la caída: La suspensión de pagos, la quiebra completa, y quizás, la ruptura del euro. El azote de esta crisis se debe a la desconfianza y sólo es imputable a España: Los inversores no se fían de nosotros, no nos prestan el dinero porque falta la claridad; lo hizo Zapatero, cuyas mentiras reiteradas detrajeron todo el prestigio nacional y tampoco llega a hacerlo con toda franqueza el Gobierno de Rajoy; las deficiencias que muestran los bancos y las comunidades autónomas, muchas en abierta rebeldía, alimentan nuestra inestabilidad, las cifras de nuestras finanzas no cuadran con las de Bruselas, discrepan de un Ministerio a otro o contradicen las de las autonomías. Todo ello aboca la nación a los desiertos del crédito, Rajoy y sus ministros deben decir la verdad y exponer con toda claridad la evidencia de las durísimas condiciones impuestas a nuestro país a cambio del auxilio monetario.
La valeidosa rebelión de las ‘ autonosuyas’ contra el ajuste, contra el déficit, agravada por el despropósito autonómico que se resiste a echar el cerrojo al tren del gasto inviable es una actuación nociva para España y un pedir a voces la intervención de España que está ya o va a ser intervenida. Y, por si no se enteraran en Bruselas, seguimos dándole argumentos: los nueve mil liberados sindicales, el lío de las participaciones preferentes, las subvenciones energéticas, la mora creciente de los bancos, el goteo titubeante de medidas y contramedidas del Gobierno. El tinglado de las autonomías, que se niegan a la austeridad es un punto crucial para los mercados de deuda, que no logran entender cómo una nación en quiebra es incapaz de embridar el déficit de su sistema estructural. El motín de las pseudofederalizadas comunidades contra el Gobierno por pura asfixia financiera tras su despilfarro, por su virulento nacionalismo y por mera irresponsabilidad de unos gobernantes empeñados en sus intereses antes que cumplir con su deber dibuja un Estado descompuesto en manos de unos jefezuelos inconscientes y de voluntades parceladas. Exactamente la ilusa idiotez que más perjudica y desconfianza provoca en el momento crítico de esta crisis que nos devora.
C. Mudarra