

Las lavandas perfectamente colocadas, acompañando al terreno en sus formas, atrapan la vista. Pero lo mejor de todo es cuando uno se para a contemplarlo, que el olor, profundo, y el sonido de los insectos, abejas, avispas, incluso mariposas, es de un volumen increible. Esto quizás parezca una cursilada, pero desde luego, que mucha gente como nosotros paraban para hacer fotos, intentando que la policia francesa no nos pusiera multas. La toma de contacto con la provenza ha sido impresionante. Allá donde mirabamos, o había campos de cereales amarillos o campos de lavandas. El color amarillo de los primeros que contrastaban con los morados, la tierra rojiza en la base de las lavandas, hacía que fuera más llamativo. El olor profundo que hasta un día de hoy nos acompaña, allá donde vamos. La satisfacción de poder haber visto este paisaje agrícola, de esos colores violetas, que al menos una vez en la vida hay que ver. Afortunadamente donde vivo, tiene un clima donde las lavandas se utilizan en casi todos los parques, o las podemos encontrar en los viveros, por lo que podremos recordarlo por los siglos de los siglos.
