Revista Cultura y Ocio

Horrores de la IIGM: prisioneros de guerra alemanes (II)

Por Liber

Pasamos en esta segunda parte del artículo a analizar la situación de los prisioneros de guerra alemanes bajo custodia de los Aliados Occidentales. Si te has perdido la primera parte, haz clic en Horrores de la IIGM: prisioneros de guerra alemanes (I). Si te apetece saber más también sobre la suerte que corrieron los prisioneros de guerra rusos en la Alemania nazi, haz clic en Horrores de la IIGM: prisioneros de guerra rusos.

Prisioneros de guerra alemanes en la Europa Occidental

Más de 2.800.000 soldados alemanes se rindieron en el Frente Occidental entre el Día D y el final de la IIGM en Europa (1.300.000 entre el Día D y el 31 de marzo de 1945, y 1.500.000 solo en el mes de abril de ese mismo año). El 27 de marzo de 1945, Dwight D. Eisenhower declaró en una rueda de prensa que el enemigo estaba acabado. En marzo, la cifra de prisioneros de guerra alemanes capturados se elevaba a 10.000 por día.

Durante las primeras dos semanas de abril, la cifra diaria aumentó hasta la friolera de 39.000 y en las últimas dos semanas de ese mes se logró el récord de 59.000 capturas diarias. Cabe destacar que el número de prisioneros capturados en el Frente Occidental entre marzo y abril de 1945 fue más del doble que el de los que se rindieron a los rusos en los últimos tres meses de la Segunda Guerra Mundial.

Por su parte, los soldados alemanes trataban de entregarse siempre que podían a las autoridades aliadas occidentales, ya que sabían que en principio iban a respetar la Convención de Ginebra y estaban seguros de que les tratarían con mayor benevolencia que un Ejército Rojo ávido de venganza tras las atrocidades del Frente Oriental.

Los Aliados del Frente Occidental también hicieron prisioneros a 134.000 soldados alemanes en el norte de África. Asimismo, capturaron a 220.000 soldados a finales de abril de 1945 durante la campaña italiana.

En total, el número total de prisioneros de guerra custodiados por los Aliados Occidentales el 30 de abril de 1945 ascendía a más de 3.150.000, cifra que aumentaría hasta los 7.614.790 en Europa Occidental tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Prisioneros de guerra alemanes en los EE.UU

Tras la entrada en la Segunda Guerra Mundial en 1941 de los EE. UU., el Gobierno del Reino Unido le pidió ayuda en materia de alojamiento de los prisioneros de guerra a su aliado, debido a problemas logísicos en su país. EE.UU aceptó la petición inglesa de recibir prisioneros de guerra alemanes, aunque no contaba con toda la preparación suficiente para ello en un principio.

Los estadounidenses tenían poca experiencia en materia de gestión prisioneros de guerra debido a que en la Primera Guerra Mundial apenas habían tenido que enfrentarse a este problema.

Los prisioneros transferidos a territorio continental estadounidense eran transportado en los buques clase Liberty que iban en teoría a volver vacíos y que fueron reconvertidos para el transporte de prisioneros (30.000 prisioneros llegaron a viajar a EE. UU. de esta manera). Aunque antes del fin de la Segunda Guerra Mundial los prisioneros corrían el riesgo de ser torpedeados por los propios submarinos alemanes, los trayectos solían realizarse sin mayores contratiempos.

Al llegar a tierra firme, los prisioneros alemanes se sorprendían de la comodidad de los autobuses Pullman en los que eran trasladados hasta los campos de internamiento: poco tenían que ver con los vagones de ganado rusos.

La Oficina del Jefe del Cuerpo de la Policía Militar se encargó de la supervisión de los 425.000 prisioneros de guerra alemanes bajo custodia estadounidense.

Estuvieron internos en 700 campos a lo largo y ancho de 46 estados. Si dejamos al margen las alambradas de espinos y las torretas de vigilancia, los campos se parecían bastante a las típicas instalaciones alemanas y estadounidenses de entrenamiento militar.

Lo cierto es que la Convención de Ginebra, firmada por EE. UU., obligaba a las autoridades militares a facilitar barracones similares a los que tenían sus propios soldados (de 3,71 m² para los soldados rasos y de 11,15 m² para los oficiales). Si los prisioneros tenían que dormir en tiendas de campaña mientras se construían sus barracones, también lo hacían sus guardias.

Por su parte, las directivas gubernamentales establecían que los campos de internamiento tenían que construirse lejos de zonas urbanas e industriales por motivos de seguridad, en regiones con climas suaves para minimizar los costes de construcción y en emplazamientos próximos a lugares en los que se preveía una necesidad de mano de obra agrícola que podría satisfacerse con los propios prisioneros de guerra alemanes.

La Convención de Ginebra exigía un trato igual entre soldados propios y enemigos, y por consiguiente , los prisioneros de guerra alemanes recibían remuneración militar. Podían emplearse como mano de obra, pero solo si se les pagaba por ello. Asimismo, los oficiales tenían derecho a negarse a trabajar.

Dado que EE. UU. tenía fuera de su territorio continental a millones de soldados, la evidente escasez de mano de obra "en casa" se traduciría en el trabajo de prisioneros de guerra alemanes que contribuirían al esfuerzo bélico aliado, mediante su ayuda en plantaciones, granjas y explotaciones similares que se consideraban de bajo riesgo para la seguridad nacional.

Los prisioneros de guerra alemanes no estaban autorizados a trabajar directamente en actividades militares o en condiciones de trabajo peligrosas. El sueldo diario mínimo estaba fijado en los 80 centavos de dólar al día, el equivalente del salario diario de un soldado americano.

En 1943, el Gobierno de Estados Unidos estimó que el coste laboral por prisionero se situaba en torno al 50 y el 70 % del de un trabajador normal del libre mercado.

Aunque las barreras lingüísticas y el riesgo de fuga estaban presentes, los prisioneros de guerra ofrecían la ventaja de la inmediatez y de la disponibilidad numérica. Por consiguiente, a pesar de que los prisioneros trabajaban a un ritmo inferior de producción que los civiles, lo cierto es que su contratación terminaba compensando. Parte de sus salarios eran destinados al mantenimeinto del propio programa de prisioneros de guerra y el resto era de libre disposición para los prisioneros.

Ahora bien, se les pagaba en moneda especial equivalente y no en dólares, para evitar así cualquier uso de dinero en caso de fuga. De todos modos, se les cambiaría el dinero al final del cautiverio, tal y como estipulaba la Convención de Ginebra. Se estima que gracias a las ventajas de la contratación de prisioneros de guerra alemanes, el Gobierno de EE. UU. pudo ahorrarse en 1944 unos 80 millones de dólares de la época.

La cobertura mediática sobre los campos fue intencionadamente limitada hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, ya que se temía el enfado de la población ante la presencia de un número tan grande de prisioneros de guerra alemanes en suelo estadounidense.

Aunque la mayoría de los ciudadanos que vivían cerca de los campos de internamiento no tenían mayores problemas con la presencia de los internos alemanes, lo cierto es que algunos sí que elevaron sus quejas a las autoridades.

Algunas personas pedían la ejecución sin miramientos de los cautivos, especialmente tras la publicación de cifras de bajas en los periódicos antes del final de la Segunda Guerra Mundial. La verdad es que al Gobierno de Estados Unidos le costaba convencer a la ciudadanía de la necesidad de tratar a los prisioneros conforme a la Convención de Ginebra de cara a que los nazis trataran a los prisioneros americanos de igual manera. Pese a ello, hay que decir que los soldados alemanes no eran especialmente odiados por la mayoría de la población (en comparación, por ejemplo, con los japoneses, principal azote de los americanos durante la IIGM).

La vida en los campos era un paraíso en comparación con las condiciones que tuvieron que soportar los cautivos alemanes en Rusia. Los prisioneros alemanes disponían de herramientas de trabajo adecuadas, instrumentos musicales, tenían derecho a correspondencia frecuente con su familia en Alemania, gozaban de las mismas raciones de comida que la de los soldados estadounidenses (con comidas especiales en Acción de Gracias y Navidad), paquetes de cigarrillos y carne, estos dos últimos productos sometidos a racionamiento para la propia población local.

También se trató de desnazificar a los prisioneros, sirviéndose por ejemplo del gran poder de influencia de la época dorada de Hollywood, que destacó por su oposición al nazismo. Se llegaron a proyectar vídeos grabados durante la liberación de los campos de concentración, lo que horrorizó a muchos soldados regulares que no habían estado implicados directamente en el Holocausto (haz clic aquí si deseas saber más sobre la refutación del revisionismo).

¡Algunos llegaron incluso a ofrecerse voluntarios antes de terminar la Segunda Guerra Mundial para luchar contra Japón en el bando americano! (aunque por motivos de seguridad, no fueron autorizados a entrar en combate).

Ahora bien, no todos los prisioneros aceptaron de buen grado el intento de asimilación político-cultural. Los prisioneros que fueron capturados en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial, como los del Afrika Korps, eran fieles al nacionalsocialismo, por lo general con todas las consecuencias. Hubo más de una y de dos ejecuciones secretas de prisioneros que se habían manifestado como antinazis. Fueron los capturados en las fases finales, cuando la fe en el Führer estaba ya por los suelos, los más fáciles de desnazificar: ellos formarían el futuro de la República Federal Alemana.

Y para terminar, cerramos esta segunda parte del mismo modo que la primera, con un documento audiovisual distribuido en su día por el Departamento de Guerra con el fin de detallar las reglas de tratamiento de prisioneros de guerra alemanes capturados por los Aliados Occidentales.

Autor: Segunda Guerra Mundial


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