Revista Cultura y Ocio

Horrores de la Segunda Guerra Mundial: la fuga de Sobibor

Por Liber
Horrores de la Segunda Guerra Mundial: la fuga de Sobibor

Entre 1942 y 1943, 250.000 judíos inocentes fueron sistemáticamente asesinados en el campo de exterminio nazi de Sobibor. Un reducido grupo clandestino de prisioneros, formado por individuos valientes, planeó y llevó a cabo un plan de fuga para evitar la muerte por Zyklon B. Aunque fueron muchos los que murieron durante la ejecución del plan aquel 14 de octubre de 1943, cientos de prisioneros lograron alcanzar la ansiada libertad. Ahora bien, para muchos fue un sueño efímero: se calcula que de los cerca de 300 prisioneros que escaparon, solo 50 sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. La importancia y alcance de una revuelta que salvó la vida de solo 50 judíos parece quedar ampliamente eclipsada por el genocidio de casi otros 6 millones durante el Holocausto.

La relevancia de la fuga de Sobibor radica en su desenlace, en la demostración de que la maquinaria asesina nazi era imperfecta: la supervivencia de 50 personas se traduciría en una herencia genealógica y en todo un testimonio histórico de los horrores de Sobibor.

El plan de fuga de Sobibor

Sobibor era un verdadero matadero con un único fin: la contribución a la aniquilación de la población judía. El macabro fin de las instalaciones no era cosa ajena para los prisioneros y sabían que la única esperanza de salir con vida del campo era la fuga.

Lo cierto es que todos los intentos de fuga precedentes habían terminado en sangrientas represalias por parte de las SS, así que el tema de escaparse no era asunto baladí para unos prisioneros que se veían obligados a la total sumisión.

Pese a la opresión asfixiante surgió un movimiento clandestino liderado por Leon Feldhendler, judío polaco, que comenzó a planear la rebelión definitiva que permitiese una fuga exitosa. Para evitar el pánico y evitar ser descubiertos, Feldhendler y sus colaboradores prometieron mantener el plan en secreto hasta el último momento. Los historiadores calculan que de los 550 judíos finalmente implicados, menos de un 10 % tenía conocimiento alguno sobre el audaz plan de fuga.

Los Nazis cometieron un error fatal al permitir que los soldados rusos capturados se mezclaran con los prisioneros judíos. El movimiento clandestino se apresuró en "reclutar" a Alexander "Sasha" Aronowich Pechersky, un oficial entrenado del Ejército Rojo. Con los conocimientos de Feldhendler sobre el campo y con la experiencia táctica de Pechersky se fue esbozando un plan de fuga plausible.

Ya desde una fase temprana se optó por descartar los planes que incluyesen excavación de largos túneles, dado su naturaleza poco práctica. Se llegó a la conclusión de que la mejor opción sería asesinar sigilosamente al mayor número de alemanes y ucranianos posible durante un periodo máximo de una hora.

La acción se realizaría en tres fases: preparación, ejecuciones silenciosas y revuelta abierta. Los conspiradores se servirían de la notoria avaricia y puntualidad de los oficiales de las SS. Con promesas de entrega de artículos de gran calidad, como botas, joyas o chaquetas, se les engañaría para que acudiesen a los diversos talleres del campo. Una vez atraídos hacia el cebo, se les asestarían golpes mortales con hachas y cuchillos caseros realizados en los talleres de carpintería y herrería.

Desde un principio se concluyó que el éxito de cualquier plan de fuga estaba estrechamente ligado a lograr que al menos algún Kapo (prisioneros que ayudaban a las SS en las labores de vigilancia y administración del campo a cambio de privilegios frente al resto de internos) colaborase con el plan de fuga. De esta manera, sería más fácil moverse por el campo en el día D.

El plan se centraba en que los asesinatos de las oficiales de las SS pasaran desapercibidos hasta el momento de pasar lista, momento en el que un electricista judío cortaría el suministro eléctrico del campo, consiguiéndose así que los guardias no pudieran pedir ayuda por radio. Momentos antes se entregarían armas a los prisioneros que estarían recibiendo información detallada sobre el rumbo de los acontecimientos.

Entonces, cuando uno de los Kapos marcara con el silbato la llamada para pasar lista (se planeaba hacerlo un poco antes de lo habitual), los prisioneros se presentarían como siempre y serían conducidos por los Kapos al portón de entrada.

Los cerebros del plan pensaban que en ausencia de problemas con los oficiales de las SS, sería relativamente sencillo acercarse al portón de entrada sin que los guardias ucranianos sospecharan de su intención de fugarse. En ese momento, varios prisioneros romperían la formación y asaltarían la armería, mientras que otros embestirían en masa el portón principal, abriéndose camino hacia la libertad.

El éxito de toda la operación dependía del número de nazis asesinados, del número de armas a disposición de los prisioneros y del efecto del factor sorpresa en los guardias del campo y en las torretas de vigilancia. Si el plan se desarrollaba como estaba concebido, todos los prisioneros podrían fugarse sanos y salvos directamente a través del portón principal de Sobibor, evitando las minas enterradas en el perímetro del campo.

Ahora bien, se acordó también que en caso de que el plan tuviera que ser abortado, se iniciaría una revuelta abierta y los prisioneros tratarían de huir al bosque en el medio del caos del sálvese quien pueda.

A pesar de la posibilidad real de fracaso, Feldhendler y Pechersky sabían que si no conducían a los prisioneros a la libertad, los alemanes los conducirían a las cámaras de gas. Lo cierto es que para todos era preferible morir por las balas antes que por el gas. El plan de fuga se fijó en un principio para el 13 de octubre de 1943, aunque al final tendría que retrasarse un largo día.

Libertad o muerte

Los conspiradores se despertaron el 13 de octubre de 1943 listos para llevar a cabo sin piedad su venganza contra los Nazis. La ausencia del oficial de las SS Wagner, uno de los más inteligentes, que estaba de vacaciones, fue motivo de optimismo. No obstante, el pánico se apoderó del grupo tras ver la llegada a Sobibor de un grupo de soldados de las SS del cercano campo de trabajo de Ossowa. La calma volvió tras comprobarse que había alcohol de por medio y que la visita era meramente casual. Nadie se había por tanto ido de la lengua.

Eso sí, la presencia de tropas adicionales podría ser problemática y podía poner en peligro la puntualidad germana de la que tanto dependía todo el plan. Por consiguiente, el grupo clandestino de fuga decidió posponer un día la operación: habría que esperar hasta el 14 de octubre para que los judíos de Sobibor obtuvieran su vendetta particular.

La primera fase del plan se desarrolló entre el mediodía y las cuatro de la tarde. Los prisioneros acudieron a sus puestos para comenzar el asesinato sigiloso de sus verdugos de las SS. Los nervios estaban a flor de piel tras ver como un nazi armado con una ametralladora escoltaba a uno de los Kapos implicados en el plan de fuga y a otros tres judíos internos.

A posteriori, los asustados prisioneros descubrieron que en realidad solo eran conducidos a cortar leña a una parte alejada del campo. El plan seguía en marcha sin mayores contratiempos. El impacto del primer hachazo acabó con la vida del primer nazi poco después de las cuatro de la tarde: el SS-Untersturmführer Niemann entró en el taller de sastrería esperando un uniforme nuevo y con lo que se topó fue con la muerte. Uno por uno y de similar manera fueron cayendo los oficiales de las SS presentes en el campo de Sobibor.

El plan prosiguió según lo planeado hasta que, por alguna razón desconocida, el SS-Oberscharführer Beckmann cambió su ruta y en vez de acudir al almacén al que tenía que ir, terminó perdiéndose en un edificio de administración. Se reunió entonces un grupo de emergencia de tres hombres que acudirían a la oficina de Beckmann para apuñalar al sorprendido oficial de las SS hasta darle muerte. El grupo mató a continuación a otro oficial que se encontraba en una oficina adyacente.

De media, según testimonios de internos que participaron en la fuga, desde las cuatro de la tarde fue asesinado un alemán cada seis minutos con minuciosa precisión. La mayoría de ellos estaban liquidados a eso de las cinco de la tarde. Los prisioneros comenzaron a reunirse en la zona de pasar lista justo después de dicha hora, tal y como estaba cuidadosamente previsto.

A medida que las noticias del plan iban corriendo como la pólvora y que la tensión iba en aumento, Pechersky supo que ya no se podía esperar más. A las cinco y media de la tarde, con quince minutos de antelación, ordenó al Kapo Pozycki que soplara su silbato para iniciar el conteo de prisioneros de la tarde. Una vez estuvo todo el mundo reunido, se distribuyeron armas entre los prisioneros y se puso a todo el mundo al corriente. Seguramente la adrenalina corría por las venas de algunos prisioneros, mientras que en otros el pánico les paralizaría por completo.

Mientras que los prisioneros se hacían con sus armas, un guardia ucraniano dio la voz de alarma y le gritó al SS Bauer que había un alemán muerto. Bauer desenfundó su arma y abrió fuego contra los prisioneros. Los disparos sirvieron para que Pechersky se diera cuenta de que el plan había sido descubierto.

Varios supervivientes afirmaron posteriormente que entonces Pechersky gritó que el día había llegado, que la mayoría de los alemanes estaban muertos y que solo quedaba morir con honor. También afirmaron que gritó que en caso de sobrevivir habría que decirle al mundo la verdad de Sobibor. Ahora era un sálvese quien pueda.

Los prisioneros corrían vociferando y antes de que los guardias ucranianos se dieran cuenta del levantamiento, los internos se dispersaron en grupos grandes corriendo valientemente hacia la alambrada de espinos del perímetro del campo. Tiraron hachas y palas por encima para que explotaran las minas enterradas al otro lado.

Un grupo de prisioneros embistió el portón principal llevando las armas en posición de asalto. Los judíos atacaban a cualquier guardia a la vista bajo una lluvia mortal de proyectiles proveniente de ametralladoras montadas en las torres de vigilancia. Tras romper la alambrada de espinos, varios judíos corrieron hacia el campo de minas.

El sonido de los disparos y las explosiones era atronador a medida que los escapados trataban de adentrarse en el bosque. Muchos murieron antes de llegar a él. A pesar de la masacre, muchos consiguieron ponerse a salvo. De momento, al menos, estaban a salvo.

Alcance y consecuencias

De los 550 prisioneros presentes en Sobibor durante el levantamiento, 150 se quedaron en el campo (por incapacidad u oposición al plan de fuga), 80 fallecieron durante la fuga (por minas o armas de fuego) y 320 escaparon al bosque. De esos 320, 170 fueron recapturados y ejecutados tras la búsqueda realizada por los alemanes durante las semanas sucesivas.

De los 150 restantes, 92 murieron durante su ocultamiento. Otros cinco supervivientes murieron en combate contra los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. En definitiva, solo 53 supervivientes del levantamiento de Sobibor lograrían sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial. 250 000 prisioneros judíos y no judíos no corrieron tan buena suerte.

A modo de venganza y como medida disuasoria, el alto mando nazi liquidó al resto de judíos de la zona. En noviembre de 1943, en tan solo 6 días, mataron a 43 000 judíos que se unieron a los 6 000 000 que fallecerían durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Por este motivo, que se salvaran finalmente 53 vidas puede parecer insignificante en esa horripilante cifra.

Lo cierto es que es algo importante, dado que ante la dificultad de creer el alcance de la barbarie nazi (incluso hoy en día hay negacionistas del Holocausto pese al peso de las pruebas), es vital contar con testimonios directos personales.

Estas historias únicas son fundamentales para que el mundo no permita nunca más que se repita un acontecimiento histórico como este. Incluso si solo un prisionero hubiera logrado escapar de Sobibor, el levantamiento habría sido un éxito.

Asimismo, en su momento, la fuga de Sobibor demostró al mundo que los Nazis no eran invencibles. Si en una revuelta prisioneros débiles y malnutridos lograron descabezar la jerarquía de Sobibor, era también algo posible que los Aliados pudieran derrotar a una Wehrmacht que se tenía por invencible. También está el asunto de la "inferioridad racial" de los judíos. Dentro del dogma nazi era impensable que un grupo de judíos lograra asesinar a arios miembros de las SS y escapar de sus garras.

Es a todas luces innegable que el heroísmo demostrado por los judíos de Sobibor el 14 de octubre de 1943 sobrepasó con creces a la cobardía de sus verdugos nazis.


Volver a la Portada de Logo Paperblog