La película animada de Sony Pictures sigue la estela alocada y el estilo histérico de otros títulos de la compañía tales como ‘Lluvia de albóndigas’: una carrera de dinamismo y velocidad salpicada de las pausas justas para mantener el ritmo adecuado en una orquesta disparatada conducida por un maestro de la coherencia.
Lo cierto es que ni el gag certero, habitualmente sucedido por un gag mayor y más loco, ni el totum revolutum que representa la legión de personajes secundarios, pintorescos y contrastados, ni la animación hiperactiva y vibrante, son en absoluto obstáculo o distracción más allá de lo justo para que la narración, centrada en la adolescente Mavis Drácula (que sus 118 años ya está que se muere por salir a ver mundo), se desarrolle con claridad y reclamando el espacio y el tiempo que necesita.
Divertida y trepidante, ‘Hotel Transylvania’ sigue el esquema de películas como ‘Shrek’, ‘Gru’ o ‘Megamind’ en cuanto al recurso, ahora bastante frecuente, de situar a los tradicionalmente malvados, marginados e incomprendidos en el lugar protagonista, dándole la vuelta a la concepción habitual y reescribiendo al personaje de Drácula como un padre hiperprotector al que aterroriza la posibilidad de que su hija se tope con un ser humano.
Los chistes adultos puntuales y las referencias a los clásicos aderezan una película de guion perfectamente armado, que parece querer distraernos con la intensidad, en ocasiones esquizofrénica, con la que las intervenciones se suceden unas tras otras sin aparente orden ni concierto, pero constituyendo al final una trama sólida, compacta y bien hilada, que despista al previsor y entretiene al más voluble. Cada nuevo personaje o situación es un nuevo elemento dinamizador que agita la historia, abre las posibilidades y acelera los objetivos.
Estupenda gestión de la atención del espectador, al modo en que gestionaría los movimientos de su compi un experto bailarín de algo así como dubstep en pareja, objetivos potentes y un contexto interesante. Redonda.