Revista Cultura y Ocio

How to Be a Dancer in Seventy-two Thousand Easy Lessons de Michael Keegan-Dolan: Magnetismo mágico

Por Miss_cultura @miss_cultura
How to Be a Dancer in Seventy-two Thousand Easy Lessons de Michael Keegan-Dolan: Magnetismo mágico
Desde la Irlanda de la década de 1970 hasta la actualidad, Cómo ser bailarín en setenta y dos mil lecciones sencillas traspasa las fronteras entre lo que se vive y lo que se imagina, entre la historia y el destino, entre la realidad y la ficción. Está escrito y coreografiado por Michael Keegan-Dolan, que actúa en el escenario por primera vez después de veinte años, junto a la bailarina y colaboradora de toda la vida Rachel Poirier.

How to Be a Dancer in Seventy-two Thousand Easy Lessons es una obra hipnótica que te seduce por la narración tan poderosa que tiene y por la ambientación tan magnética que tiene, y que te transportará desde la década de los 70 a Irlanda hasta la actualidad.

La forma de iniciar la obra es muy poco usual y es tan cautivadora que al finalizar la obra te darás cuenta del poder de los objetos en la memoria y en esta trama.

La historia que da comienzo a la producción se te mete en la cabeza y piensas: ¿qué tendrá que ver el huevo ese? ¿Hacía qué lugares nos va a llevar?

Me daba miedo que la obra que empieza tan silenciosa fuese así, pero cuando empieza a hablar Michael Keegan-Dolan te atrapa con su voz en una vorágine de nostalgia, risas, tristeza y no te suelta hasta el final de ese camino, en ese lago y no puedes dejar de mirar hacia atrás, pero para no olvidar.

Tampoco puedes dejar de observar a Rachel Poirier, que es como una hada silenciosa sobre el escenario y que nos regala varios momentos inspiradores y maravillosos.

El duo Keegan-Dolan y Poirier se complementan a la perfección y crean una sinergia mágica, donde la danza y el teatro se fusionan para narrar historias que son capaces de emocionarte.

Como si nos reencontrásemos con un viejo amigo que hace tiempo que no vemos, el director, actor y dramaturgo nos invita con gran ternura a que escuchemos sus reflexiones, historias y vivencias.

La voz de Michael Keegan-Dolan nos hace de guía en el tiempo y en las distintas etapas de la narración.

En algunos momentos parece que el tiempo se hubiese detenido, permitiéndome viajar hasta la isla esmeralda.

Cuando Michael se quedaba en silencio o no nos estaba contando nada, otras fascinantes voces se apoderaban del escenario: la música.

Increíbles son las canciones que escuchamos en How to Be a Dancer in Seventy-two Thousand Easy Lessons y cuantas cosas son capaces de trasmitirnos con sus tiernas, crudas y deliciosas letras.

Michael Keegan-Dolan y Rachel Poirier nos regalan una coreografía y una escenografía de ensueño. Hay varias imágenes visuales que son evocadoras, muy originales y cuya estética te enamora. Hay momentos en los que te gustaría sacar la cámara y capturar esa escena, ya que temes olvidarla, pero no se puede.

Esta producción es pura luz, pero hay momentos oscuros en donde las emociones salen a flote, donde los conflictos se palpan en la ironía o en el humor enmascarado de tristeza...

Hay momentos muy crudos, pero se tratan con tanta naturalidad que me encantaron.

Es una obra que te inspira de muchas maneras posibles y que brilla con luz propia de mil formas diferentes. Me ha hecho reconectar con nostalgia con esos momentos perdidos en mi memoria y conocer un poco más de Irlanda. Pero, hacerlo con un texto con tanta fuerza visual y bello en sus palabras ¡Me ha enamorado! La volvería a ver.


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