I El vértigo
Tiene el día su brizna de vértigo. Cae uno en la cuenta del vértigo a poco que lo pesa y lo observa, da igual el orden. Se aprecia su fiereza, se constata su blasfemo propósito. El vértigo está en todas partes. Lo exhibe la belleza, cuenta con él, lo usa con oficio, deja que el desorden atraviese su centro y lo impregne. No hay bondad que no incluya al mal. No hay mal que no contenga el bien en su interior abrupto y enfermo. Vivir es un viaje sucio. Lo hablé hace unos días con una amiga. “Vivir es complicado”. No fuimos más allá. Cómo se puede hacer eso: ir más allá. Sólo expresamos un sentir. Ni siquiera nos causó pena esa súbita revelación, no hubiésemos podido continuar. Hay conversaciones que nacen con ese mandato, el de no extenderlas. Luego las rumia uno, se apesadumbra, deja que el desencanto lo cerque y derrote. Es un fracaso del alma y un triunfo al mismo tiempo. Si pensáramos en serio, no podríamos hacer las cosas diarias, la rutina impuesta, la que no se piensa y únicamente se ejecuta. Así que tomamos café, reímos unos chistes, contamos nimiedades a las que les damos carta de trascendencia y cubrimos el trayecto del día hasta que la noche y el sueño nos turba y nos postra. Después se reinicia el reloj, lo ponemos a cero, hacemos que acometa su trayectoria sabida. No todo es difícil, ni pesaroso. El vértigo da treguas, flaquea, da la dulce sensación de que podemos darle la espalda, no consignarlo en la trama de las fatalidades, que vienen y van y nos hieren y nos curten.II Domingo
En este dominical y luminoso día de octubre, en plena facultad de los dominios cognitivos, pertrechado del gozo eventual que proporciona un buen desayuno, escribo en un banco y doy gracias por el verde limpio de la tierra y el azul espléndido del cielo. Abro el pecho y dejo que el aire me impregne y me turbe de verdad y de futuro. Es un deseo sencillo, ni siquiera uno nuevo, pero no hay otro que más colme. El del azul y el del verde. El cielo arriba y la tierra debajo. Esas dos propiedades elementales. Claridad en tromba, pura la luz, pura e íntima, como si declarase su alegre presencia y se esmerara en cada abrazo de sol y en cada amago de sombra. Como si tuviese el don de la verdad y el oficio de su causa aprendido. Tiene uno la voluntad firme de entender, pero tampoco importa no conseguirlo. Cuánto más se entiende, menos se disfruta. Es un pensamiento madurado: mejor no indagar mucho, no calcular tanto.III Una poética
Afuera está el vértigo y está la fiebre, están sin otro propósito que medrar. Afuera el frío y la duda, su ejército furioso, su aliento sin cobijo, pero dentro no hay quebranto, se obstina el alma en guarecerse de la adversidad, en aplazar su asedio, en censurar su desacato.
