DESDE EL HOSPITAL DE SALAMANCA
Un buen amigo, Juan José Tobar, desde el Hospital Clínico de Salamanca, con motivo del día de los enfermos, y a solicitud de Sor Elisa, una de las que cuida de la pastoral de los enfermos, escribe este bello testimonio de su experiencia en el hospital. Nos lo brindo con motivo de su trasplante de médula, hoy día de la Virgen de Lourdes y Jornada Mundial del Enfermo. Se lo agradezco de corazón y le acompañamos con nuestra oración
Todos los días rezaba al P. Eduardo Laforet. Es un sacerdote que ofreció su vida por el Papa Juan Pablo II el día del atentado. Le entró Leucemia y murió pocos meses después. Le pedía por mi curación milagrosa, que sirviera como milagro para su beatificación, y por la conversión de mi hematólogo. Pero también sentía que debía hacer como Jesucristo el día anterior a su crucifixión: "Qué no se haga mi voluntad, sino la tuya". Decía en oración suplicante todos los días: "Yo quiero curarme por milagro. Pero si me necesitas en esos 60 días de hospital y en esos doce meses de baja para hacer alguna misión tuya, que sea Tu voluntad y no la mía. Confío plenamente en ti" La perspectiva de curar mi enfermedad, una alarmante bajada de plaquetas en mi médula, es de 30 días de hospital con cinco días de quimioterapia para la preparación y otros 30 días con siete de quimioterapia para hacer el trasplante. Luego unos meses de recuperación hasta poder hacer vida laboral normal. Dios, siempre pensando en mi bien y en el de todas las personas que me rodean, ha decidido que haga la recuperación lenta y normal. Tuve que despedirme de mis pequeños alumnos en un día. Algunos lloraban. Todos decían que iban a rezar por mí. Una alumna me mandó una carta al hospital con un regalo. En la carta decía que desde aquel momento se iba aportar bien y hacer todas las tareas. Me estuvo despidiendo llorando desconsoladamente. Pocas veces he tenido una alumna que me diera más guerra y se portara peor. Así es la vida. Todos los días viene Jesús en las manos de un sacerdote, o Hija de la Caridad, que me alimenta espiritualmente. Es mi alimento preferido. No puedo vivir sin Él. Es el médico que nunca falla, porque sabe lo que necesitas en cada segundo. Cuando se confía en Dios se produce su fruto: paz y alegría. ¿En qué mejores manos podemos estar? ¿Quién nos ama más? La habitación es blanca, pequeña. Tienes que estar atado día y noche a unos tubos por donde te viene el medicamento a la vía. Sin embargo, un día le dije a la enfermera: "Esto me parece el Cielo y vosotras, limpiadoras, auxiliares, enfermeras, médicos y sacerdotes, los ángeles que me atienden". El Cielo está en el corazón de las personas que tienen a Dios. Todo lo que tocan y viven se convierte en Dios. Un día me pusieron una vía en pecho que me pillaba un nervio. Eso hacía que me doliera el hombro. Me acordé de una familia perseguida por defender la fe y lo ofrecí por ellos. También recordé a una madre de familia que conozco que tiene un cáncer y lo ofrecí también por ella. Estaba un poco fastidiado de que mi trasplante tardara dos días más de lo esperado. Lo habían dejado para el 11 de febrero. Pero me entró una alegría tremenda cuando me di cuenta que era la Virgen de Lourdes, Virgen de los enfermos especialmente. ¡Tiene unos detalles nuestra Madre del Cielo! Recuerdo un verso de Santa Teresa que dice: "Quién a Dios tiene, nada le falta".
Juan José Tobar
Maestro de Religión Católica