La vida nos ha tratado mal. Las malas decisiones que hemos tomado nos han llevado a donde estamos. Corremos, saltamos y caemos cuando más altos estamos y, ¿para qué? Para devolvernos a la realidad de la que escapamos.
Hoy he vuelto a pensar en ti. Me estaba calzando unos zapatos bonitos e imaginé tu sonrisa al vérmelos puestos. Siempre te encantó verme bonita. Siempre te encantó verme. Joder, la pie se me ha vuelto a poner de gallina. No puedo creer que ya no formes parte de mi vida. Cuando me dijiste que volverías te creí, cuando dijiste que no me habías abandonado, que seguíamos siendo los de siempre, me lo creí. Te he estado esperando desde entonces, pero ni tan solo has enviado un triste mensaje. Eras tan absolutamente importante para mí y me tuve que quedar plantada, de brazos cruzados, viendo cómo te marchabas sin tan si quiera darme cuenta de lo que sucedía.
Hay tantas cosas que te has perdido, tantos momentos en los que te he extrañado, tantos momentos, buenos y malos, en los que he pensado: él lo hubiese entendido, él me hubiera comprendido, él siempre decía o siempre hacía aquello cuando pasaba esto, si pudiera hablar con él de la misma forma en que lo hacíamos antes…
Te añoro en los buenos momentos, en los malos, te añoro cuando me hago una foto bonita, cuando hago payasadas, cuando me pasan cosas extrañas y cuando meto la pata; o cuando, simplemente, me apetece ver una película en casa y nadie me acompaña al otro lado de la pantalla. ¿Recuerdas cuando sincronizábamos las películas? Eran buenos tiempos, con refresco y palomitas a las once de la noche.
Supongo que la vida sigue, que la gente queda atrás. Supongo que el mundo sigue girando sin nosotros cogidos de la mano. Imagino que la gente corriente olvida y perdona los errores del pasado. Y, sin embargo, me es tan absolutamente increíble que esto nos haya pasado a nosotros que no le veo la lógica por ninguna parte.
Hoy escribo estas palabras en un folio en blanco, con el bolígrafo azul eléctrico que me regalaste por mi cumpleaños, y con la certeza de que nunca conocerás el contenido de esta carta. Te fallé. Lo reconozco, te fallé. No fui la persona que quisiste que fuera, no soy quien debería haber sido. Tal vez fui más mezquina de lo que pretendía, tal vez mis miedos me ahogaran tras las paredes de una habitación sin ventanas. Pero por lo menos debiste decir adiós. Por lo menos debiste despedirte. Porque resulta verdaderamente triste que algo tan bueno y tan bonito simplemente desapareciera sin más.