Hola de nuevo.
Curiosamente hoy es día 13 de mayo de 2017. No importa el mes ni el año, pero sí el día.
El número 13 es en muchas culturas símbolo de mala suerte, como por ejemplo, aquí en España lo es el martes 13. En EEUU el viernes 13 sería el equivalente a ese día de mala suerte. Incluso hay películas de terror tituladas así, “Viernes 13”.
Pero esta vez el 13 para mí no ha sido de mala suerte. Hace ya algunos años que leí el libro Por 13 razones, de Jay Asher.
Recuerdo haberlo leído en su momento, cuando se publicó en español, pero desgraciadamente pasó sin pena ni gloria por mis lecturas. Cuando lees tanto y muchas novelas juveniles de temática similar, no reparas en ninguna en particular. Incluso te llega a saturar, y por esa razón ni te fijas en lo importante. En su momento, yo no lo hice, me gustó, durante un tiempo me hizo pensar, y luego la olvidé, como hacen los compañeros de Hannah Baker con ella.
Cuando leemos un libro o vemos una serie como esta, sin duda algo nos tiene que dejar “tocados”. Lo que a mi me preocupa no es eso, que sería hasta cierto punto normal, sino el hecho de que después, en unos días, olvidamos todo. No cambiamos nada en nuestra vida, no actuamos diferente, nada nos mueve a actuar.
Hace un año más o menos me pasó algo en mi trabajo. Yo llevaba muchos años aguantando una situación, una persona me gritaba, un superior podríamos decir, y yo no decía nada. Incluso lo veía normal. No le di importancia ni siquiera cuando eso me pasaba a mi. Pasó el tiempo hasta que dije basta. Puse fin a esa situación, lo expliqué entre llantos en el despacho de recursos humanos.
¿Recordáis en la serie 13 reasons why, cuando Hannah intenta explicar que se siente muy mal y quiere poner fin a su vida y no le hacen caso?. Me sentí así después de salir del despacho. Yo no me quería quitar la vida ni nada parecido, pero era un caso similar, ¡qué diantres!, era maltrato verbal y psicológico y a nadie le importó. O eso creía yo.
Yo volví a mi puesto de trabajo normal, como cada día, y ese hombre seguía ahí haciendo lo mismo pero con otras personas. Un día vino el encargado de recursos humanos junto a uno de mis otros jefes, un regidor. Vinieron a hablar conmigo. Me sentaron en una mesa y pensé que iban a echarme la bronca por algo, es lo primero que piensas. Eran dos hombres, no me sentía del todo segura.
Pero ahí no termina la cosa. Ellos sabían perfectamente el problema que yo había tenido con ese superior que me gritaba.
Pues ahí estaba ese hombre de nuevo, en esa reunión, frente a mí, sentado. Ahí no supe qué pasaba, pero tenía miedo. Ellos estaban ahí sentados como si nada, con ese hombre frente a mí, que recuerdo perfectamente que no levantaba los ojos de la mesa y miraba hacia abajo avergonzado. Ahora eran tres hombres y yo.
Yo los miraba, en especial a mi regidor, pensando: ¿porqué lo habéis traído?¿porqué tengo que aguantar esto?¿porqué tenéis que hacer la reunión o venir a hablar conmigo con él delante?.
En ese momento yo no sabía qué pasaba, más tarde me enteré que debían seguir alguna especie de protocolo anti bullying, al menos eso me gustaría pensar.
Pero ¿qué manera es esa, dejando a la víctima frente al acosador en una sala con otros dos hombres…?. Ojalá al menos algún psicólogo o alguien competente les hubiera aconsejado que eso es lo peor que puedes hacer, no puedes dejar a la víctima con el acosador, ¿a quién se le ocurre?.
Pues ellos lo veían normal. Mejor dicho, ni lo veían, ni siquiera debían pensar en ello. Pero él sí, él estaba avergonzado, luego sabía lo que había hecho. Yo también sabía lo que él había hecho. Los dos lo sabíamos y por tanto, no veíamos normal esa situación.
Como sucede tantas y tantas veces, lo único que pasó es que me comunicaron que me cambiaban de sitio. Yo tengo plaza en ese lugar, soy fija. Pues bien, me cambiaban a mí. No a él, al agresor. No. A mí, a la víctima.
Inocentemente pensaba que al menos me sacaban de ahí para “protegerme”. ¡Qué ilusa!. No me protegían a mí, le protegían a él. Así nadie más se enteraría de lo que hacía, si yo salía de en medio nadie se daría cuenta de nada. ¿Recordáis el director del instituto donde estudiaba Hannah? ¿Y a los profesores, que no hicieron nada tampoco?
Yo en ese momento no supe nada, seguía pensando que me separaban de él para que no me hiciera daño. Ja. Ja. Ja ja ja…
Cuando me trasladaron, me pusieron en un lugar con otras dos compañeras. Esta vez mujeres. Y yo pensé: estoy a salvo, son mujeres, menos mal.
Una de ellas era muy simpática, la otra todo lo contrario. Yo pensé ¡qué importa!, si no habla, mejor para mi, no me molestará.
Estaba equivocada, ella era el peligro.
Es una persona que gota a gota va minando tus energías hasta que ya no sientes nada y todo te da igual, permites su maltrato silencioso porque nadie se va a dar cuenta y porque no lo puedes demostrar. ¿Cómo hacerlo si no es una persona que grite, o te pegue o nada visible que otros puedan ver?.
Estuve tres años de mi vida con ella, y de echo sigo, si bien ahora ayudo a la otra compañera y no a ella aunque esté sentada a mi lado.
Me tuvo esos tres años quitando grapas y clips de los folios. Al principio, como es un archivo, hasta piensas que es normal. Hay que proteger los documentos de esas cosas que corrompen el papel, incluso me gustaba hacerlo. También me enviaba a eliminar papel, hay que destruir documentos repetidos por razones de espacio y caducidad de los expedientes. Hay cosas que deben eliminarse por ley. Hasta ahí todo bien.
Día tras día empezaban a dolerme las manos de tanto desgrapar, pues eran ocho horas diarias haciendo lo mismo. Incluso me torcí el dedo pequeño. Fui a la mutua laboral, me hicieron radiografías y me mandaron unas pastillas. No funcionó y mi dedo sigue torcido. Decidí no darle importancia, me pasaban cosas peores que eso. Las cervicales se me destrozaron, el cuello se me quedó recto al estar tantas horas agachada sobre la mesa hasta el punto de que se me desgastó por dentro el hueso y eso va haciendo que poco a poco no pueda mover el cuello ni los hombros.
Había ido a médicos, muchos meses estuve mareada y parecía que eso era normal cuando tienes las cervicales mal. Mi médico de cabecera decía que era normal, el de la mutua quería acabar cuanto antes y me dio el alta así, como estaba, sin curar. Me enviaron al tribunal médico en Barcelona que me obligó a volver al trabajo.
Y volví.
Nada había cambiado, yo seguía mareada y trabajando en el mismo lugar, haciendo la misma cosa. Nadie me ayudó con eso.
Hasta que no sé porqué, alguien me aconsejó ir a un masajista. Yo ni lo había pensado porque creía que eso tampoco solucionaría nada, ya que era algo interno de desgaste de huesos, hernia discal y todo eso. La fisioterapeuta que me tocó es una chica genial, incluso valdría para psicóloga porque te escucha y pregunta cosas para hacerte sentir mejor.
En una sola sesión me quitó el mareo, tal cual. En una hora no me mareaba, había estado cinco meses con varios médicos y nadie me había dicho que con un masaje de un fisioterapeuta podía quitarme ese mareo al menos. Pero lo hizo.
Tras esa sesión hubieron otras y me relajaba la espalda si bien tampoco solucionaba el problema porque yo seguía haciendo el mismo trabajo que era el que me provocaba el mareo y dolor de cervicales. Seguía todo igual.
Un día mi cuñada me hizo pensar. Me dijo que esa realidad yo la podía cambiar, que no tenía porqué ser una víctima, que podía hacerle frente. La verdad, no creía que eso fuera posible, ¿qué iba a hacer? La chica era mi superiora, una vez más, una jefa igual que aquél jefe que me gritaba.
El que piense que un jefe debe gritar al trabajador y que eso es lo normal, desde ya le digo que no, que se puede trabajar sin gritos y que nadie tiene porqué aguantar eso.
Se puede vivir sin acoso. Se puede vivir sin gritos y sin maltrato. No hay mucha ayuda por parte de los demás, todos miran hacia otro lado, pero sí la hay por parte de ti misma. Yo era la que sí podía cambiar mi actitud y hacerle frente, los demás eran así de “enfermos” o malos, no podía cambiar eso, no podía cambiarlos a ellos.
Decidí de nuevo decir basta. No le dije a ningún jefe nada ni tampoco a recursos humanos, ya que ellos me habían quitado de en medio en una ocasión e iban a hacer lo mismo sin problemas, de echo me dijeron: "debes hacer lo que tu jefa te diga". Así, sin más.
Mi fisioterapeuta me dijo que no tenía porqué aguantar eso. Que si cambiaba de actividad laboral el dolor pararía, y eso hice. Aproveché que mi otra compañera necesitaba una ayudante, ella misma me propuso trabajar para ella en lugar de para la otra, y en recursos humanos le hicieron caso y me dijeron que ahora tendría dos jefas, la “maltratadora” (aunque no la llamaban así, claro) y la que me ayudaba.
Yo acepté, porque sabía que yo misma había dicho basta y no iba a manipularme más. No puedo deciros que ella haya parado, sigue intentando hacerme daño, pero ya no puede. Y no será por no intentarlo. Sus tácticas van cambiando pero ya no funcionan porque no se lo permito.
Yo ahora estoy bien, aunque tenga que aguantarla sentada a mi lado cada día 8 horas, ya no tiene poder sobre mí, yo he decidido que no lo tenga.
Al final parece que sí hubo ayuda, tanto por parte de mi fisioterapeuta, como por parte de mi cuñada que me había dicho que yo podía cambiar eso, como por parte de esa otra compañera que me ayudó a cambiar de actividades laborales, y así dejó de dolerme. Tuve suerte en eso.
A veces la ayuda no viene de quien te imaginas o de quién está más cerca o sientes más tu compañero o amigo o lo que sea. A veces la ayuda es una frase que te hace reaccionar. Yo he dejado de ser acosada porque ya no lo permito. Pero sigo viendo a mi alrededor otros compañeros siendo acosados, diariamente.
Sí, como sucede con los estudiantes del instituto de Hannah Baker, de los que habla en el libro. En el trabajo eso también sucede, porque las personas no cambian, siguen siendo malas cuando son adultas si no cambian su manera de ver la vida. Ellas sufren y quieren que tú también sufras, no quieren verte feliz si ellos no lo son.

Hannah no encontró esa ayuda, esa frase que la frenara de hacer lo que hizo, y se suicidó. Para ella ya es tarde, así como para otras tantas personas.
Si habéis leído el libro o visto la serie, recordaréis a ese estudiante que hace fotos por todo el instituto para publicarlas en la revista escolar. Él también fue acosado todos los días. Pero su manera de reaccionar fue otra bien distinta. Él no se quitó la vida. Él está preparando su venganza.
Os digo desde ya que la venganza tampoco soluciona nada, no te quita ese sentimiento de odio hacia los que te han hecho daño, tú sigues odiándoles, y ellos siguen teniendo ese poder sobre ti. Incluso hacen que tú hagas algo peor que ellos, que los hieras o asustes o mates, incluso.
Respecto a la serie, quieren hacer una segunda temporada, donde ese chico se venga de todos sus compañeros. También otros capítulos, que estarán dedicados a cada uno de sus compañeros y sus propias vivencias. No me parece mal que la hagan, siempre y cuando eso sirva para concienciar sobre el problema del bullying y poner alguna solución, actuar contra eso de la forma más adecuada.
¿Y vosotros?¿Pensáis que servirá para algo esa segunda temporada o que pasará sin pena ni gloria y volveremos a olvidarlo todo?¿Debería terminar ahí, igual que el libro que la originó?
Creo que una historia nunca tiene un final. La vida nos enseña que todo puede ser peor, o mejor, según el punto de vista de quién mira.
¿Seguirás mirando hacia otro lado?