Latifa Echakhch
A continuación entonamos las estrofas del Himno Nacional Argentino. Vuelvo a levantar la bandera y la sostengo con fuerza. La punta me atraviesa el guardapolvo y me quema. Casi no puedo cantar. Todas las personas en el salón me miran. Ya no aguanto más, pienso, ya no aguanto más, ¡por qué me dieron esta bandera tan pesada! Seguro es un castigo por lo del moco. La señorita Gabriela me mira de reojo y sigue balbuceando el himno. ¡No aguanto más!, grito, y dejo caer la bandera hacia el costado, justo sobre la cabeza de la directora Alicia. Enseguida todos se tapan la boca, incluso los testigos de Jehová que ni habían cantado el himno y tampoco quieren ser abanderados y aspiran, a los sumo, a casarse entre ellos y ser electricistas o albañiles. Una vez fue uno a casa a arreglar unos cables y le habló a mamá todo el día sobre “el reino de Dios”. Las madres y algunos padres se reúnen alrededor de la directora. Yo sigo llorando sin parar, no tanto por el horror sino porque la bandera me lastimó la panza y me sale sangre, claro que no tanta como le sale a la directora Alicia. El himno sigue sonando de fondo ya a su trono dignísimo abrieron, las provincias unidas del sud; yo no sé qué hacer. Alguien llama a una ambulancia, los pies de la directora se mueven de arriba abajo, como si sólo sus piernas tuvieran convulsiones y el resto del cuerpo quedara quieto. La última vez que vi una convulsión —y ahí aprendí el significado de la palabra— fue cuando mamá vino con un amigo y cuando me levanté en mitad de la noche a tomar agua lo vi recostado en el futón, las piernas moviéndose como si quisiera correr y no pudiera. Enseguida salió mamá de no sé dónde y me explicó que era una convulsión, que subiera a mi cuarto, que eran cosas que las nenas no pueden ver, que me tapara los ojos “de inmediato”. No entiendo, entonces, cómo me dejó en esta escuela donde estoy viendo cómo convulsionan las piernas de la directora Alicia.