Revienta el ánimo saber que el lema «Hoy follo, mañana a juicio» se estampa en camisetas para fiestas universitarias. Ha sido en Valencia, en un botellón multitudinario con 25.000 entradas organizado por una empresa privada. Lo reproduzco porque aquí no hay lugar para el humor, ni siquiera para una media sonrisa intergeneracional, ni para el pasotismo, ni para la indolencia. Aquí estamos asistiendo a una apología pública de la violación, convertida en motivo popular de chanza colectiva. «Hoy follo, mañana a juicio». Y una foto en la red del grupo de amiguetes, con sus cubalitros en la mano, enlazados por los hombros, posando para la posteridad de la idiotez, la crueldad física y la hediondez moral. ¿Por qué van a ir a juicio «mañana», si no es por haber mantenido relaciones sexuales sin el consentimiento de sus víctimas? Pues así estuvo la fiesta valenciana, con sus buenas paellas y sus facultades representadas por sus camisetas, como es el caso de Medicina —«Médico de buena fama, mejor aún en la cama»–, Odontología –«Si te pillo, te cepillo»- o Ingeniería Aeroespacial –«En tu ojete, mi cohete»-, un grado de la Politécnica de Valencia, convirtiendo a la mujer no ya en objeto de la sexualidad pública, que también, sino en trabajadora sexual, en una prostituta al alcance de todos: «Si quieres trabajo, cómeme lo de abajo», se podía leer en otra camiseta. O sea: todas las chavalas universitarias que estudian en Valencia, según los hacedores de los lemas de estas camisetas, cuando acaben sus licenciaturas, o antes, tendrán que hincar rodilla en tierra para poder acceder a cualquier puesto de trabajo.
La banalización del sexo es casi tan peligrosa como la de la bebida, sobre la que comentamos en este mismo espacio anteriormente. No es casualidad la imagen del ayuntamiento navarro en la entrada, pues los pasados sanfermines, un grupo de cinco jóvenes abusó, supuestamente, de una muchacha, que sostuvo relaciones con todos ellos, al parecer, no consentidas. La versión de los muchachos, no más creíble, es que, lejos de ser forzada, se ofreció a mantener sexo con ellos y con más si venían, en una especie de Magaluf navarro remojado en cubalitros de alcohol difícilmente bebible. La meta de la fista no es la diversión, sino la borrachera, del mismo modo que la finalidad del sexo no es disfrutarlo, sino anotar sus resultados como en un partido de fútbol o de baloncesto, en el que se suman más puntos si se juega fuera de casa. Noto que me hago exceisvamente mayor porque todavía no alcancé el desencanto que pueda conducirme a emborracharme antes de haber pisado la calle, a sufrir los decibelios en locales donde es imposible la comunicación verbal; esos sitios que embotan los sentidos hasta para quienes pretenden desinfectar sus heridas, solos en la madrugada, en el fondo de un vaso vacío.