Hoy hace cuatro meses que te marchaste. Cuatro meses en los que me siento perdida y todavía, no sé muy bien cómo actuar. Cuatro meses de echarte de menos a cada momento. Y cuatro meses de sentirme sola. A veces tengo días buenos, días regulares, a veces malos, a veces peores.
Si, parece que suena raro, ya que hay mucha gente que me rodea, pero me siento sola. He comprobado que la gente, en general, no me entiende. Y lo entiendo, no te creas. Por desgracia, he comprendido que la gente que no ha sufrido una pérdida cercana e importante, no sabe por lo que estoy pasando. No, parece que esto es como un resfriado, que se cura en unos pocos días, quizás unas semanas, y ya debería estar de nuevo en forma, con ganas de hacer cosas que no me apetecen. Pero no, no tengo ganas de escuchar música, no me apetece arreglarme ni salir a comprarme ropa, no tengo ganas de teñirme el pelo, de ponerme pendientes ni de ir a la moda. Todo eso me parece superficial. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que este tema parece tabú. No se puede hablar de la muerte, así que nadie me pregunta cómo me siento en realidad, no hablan de ti, si sale tu nombre enseguida se cambia de tema. Pero para mí sigues aquí, te echo tanto de menos, necesito llamarte tantas veces y contarte cosas…. “Hace años cuando alguien moría, sus familiares más cercanos pasaban un tiempo de duelo: vestían de negro, sufrían y no salían de casa. El duelo era una época para pensar en la pérdida, vivir para la pérdida. Hemos pasado del duelo a la nada absoluta. Ahora se te muere alguien y en el tanatorio te dicen: tienes que superarlo. Pero ¿y el duelo? ¿Dónde queda el duelo, pensar en la pérdida, en lo que significa la pérdida? – Albert Espinosa, El mundo amarillo”. Justamente, leí esto anoche.
Me fui unos días a la playa pensando desconectar, pero en realidad fue peor. Bajar a la playa y ver a tantos papás jugando con sus hijas, haciendo castillos de arena, disfrutando en la piscina… Y saber que tu no estas y que no vas a estar.
Y Sara… Uffff, no te imaginas lo que te echa de menos, lo que habla de ti. ¡Ay, las malas lenguas que decían que era muy pequeña y que en unos días te habría olvidado! Cada día, habla de ti, ponemos un vaso de leche para desayunar, o un cubierto en la mesa para comer, guarda un trozo de su comida para ti, o se enfada conmigo porque me he sentado en tu silla. Cuando está contenta, habla contigo mirando al cielo, y te cuenta cosas o te las enseña orgullosa. Por las noches, a veces mira por la ventana y te manda un beso. Esta mañana, al despertarse, cuando ha venido Lucas a la cama a jugar un rato con nosotras, ha organizado las almohadas y te ha guardado un hueco, para tumbarnos los cuatro en la cama. No sé cómo se le ocurren esas cosas, pero sí sé que es porque te echa mucho de menos. Y a mí se me parte el alma. Me duele todo de saber que nunca va a poder besarte, ni enseñarte sus logros de verdad. Y lo peor, me duele pensar que ella espera que vuelvas. No tengo ni idea de cómo se maneja esto, de cómo le explico a una niña de dos años que te has ido y no vas a volver.
Ayer pasé el día entero con tus padres. Cada vez que estoy con ellos, vuelvo a casa decaída y con un nudo en el estómago. Ellos están tan felices al ver a Sara, al ver sus logros, al compararla contigo. Yo aguanto el tipo, por ellos, por ella, pero después lo paso tan mal, me cuesta mucho. Aunque me encanta que le hablen de tí a Sara, que le enseñen tus fotos de cuando eras pequeño y le cuenten anécdotas tuyas. Aunque esa noche duerma peor que de costumbre.
Han pasado cuatro meses…