Quiero recuperar para mi sección “Homo insapiens” un artículo que escribí hace tiempo y que se ha perdido en Internet, ha desaparecido por completo, así que, que sepáis que no es actual, tiene un par de años aproximadamente, os lo dejo esperando que os guste:
Hoy he vuelto a ver a Andrés.
Hoy me he llevado una alegría, hoy he vuelto a
ver a Andrés en el parque, ha cambiado, mucho, muchísimo, tiene otra cara,
mejor humor y parece una persona distinta a la que conocí hace 5 meses.
Conocí a Andrés en ese mismo parque. Andrés es
un anciano de los que cuando los ves piensas que podría ser tu abuelo,
entrañable, educado, con una mirada dulce, transparente, y unos sinceros ojos
verdes, cansados por el paso de los años.
Pero Andrés tenía un mal, un mal que muchos de
nuestros mayores sufren y aceptan de manera silenciosa y contra el que gran
parte de ellos no luchan por desgana, desconocimiento y la carencia de
herramientas para salir de él… la soledad…
Recuerdo el día que lo conocí, se sentó a mi
lado en ese antiguo y desgastado banco del parque donde acostumbro a sentarme en
mis pequeños retiros. En ese momento me encontraba trabajando en uno de los
artículos de SerCuidador con mi viejo portátil, se acabó la batería que estaba
exprimiendo en un contrarreloj, entonces, comenté en voz alta: “¡vaya, en
el mejor momento!”, Andrés, en un intento de encontrar conversación y
complicidad me dijo: “esos cacharros no son de fiar…, yo no me fío
de nada de lo que salga por una televisión porque solo dicen mentiras”,
allí empezó nuestra pequeña amistad.
Andrés vivía solo, su mujer había fallecido hace
unos años, sus hijos ya mayores hacían su vida, y él “se apañaba en casa
como podía”, aunque “los dolores de riñones de tanto tajo” de
vez en cuando le daban molestias y las piernas no respondían como “en sus
años mozos”.
Poco a poco, cada día que coincidíamos en el
parque manteníamos un rato de gratificante charla, de la que uno aprende más de
la vida que en cualquier clase magistral y en las que poco a poco le fui
mostrando la enorme cantidad de cosas que podía hacer con un ordenador e
Internet.
Uno de esos días al finalizar nuestra charla, le
acompañé para que se apuntara a un curso de iniciación a Internet que daban en
el centro de mayores del barrio. El curso, coincidía en horarios con nuestro
tiempo de conversación en el parque, no lo volví a ver.
Pronto llegó el invierno y ya no fui más a ese
parque.
Ahora vuelve el buen tiempo, he vuelto a ese
parque y me he reencontrado con Andrés, me cuenta mil cosas, ha cambiado la
velocidad en su voz, más animada, casi atropellada por la enorme cantidad de
cosas que me quiere decir sobre sus experiencias en Internet, las personas que
ha conocido, los hobbies, gustos compartidos que ha vivido con ellos, los
buenos ratos y el vuelco que ha dado su vida, ahora Andrés no está solo, ahora
vuelve a compartir, a vivir, a experimentar, a realizarse…
Toda una hazaña Andrés, en la que el héroe eres
tu mismo, en el momento que decidiste dar un paso importante hacia el
conocimiento de algo nuevo, vencer el miedo a las nuevas tecnologías y
enfrentarte tu solo a “esas cajas que solo dicen mentiras”.
Rafael P. Palacios