En mi descargo, y me agarro a un clavo ardiendo, he de decir que, cuando ví el musical por segunda vez, ya con público de pago (habrían pasado unos dos años desde su estreno), comprendí por qué gustaba el musical (me resultaba un misterio): la mayor parte del público iba a escuchar un concierto de Mecano, aderezado con una historieta; no iba a ver una obra de teatro musical. Solo en los conciertos se empieza a dar palmas en el minuto uno, se encienden mecheros (en la primera producción se hacía) y se reclamanbises: «¡Otra, otra!», como alguen a mi lado hizo en el estreno del otro día. Ahí, en la actitud, está, creo, el quid de la cuestión.
Una vez confesada mi nula capacidad profética, vayamos a los hechos. «Hoy no me puedo levantar» se estrenó en abril de 2005, se ha convertido en el mayor fenómeno del teatro musical español, lo han visto cerca de dos millones y medio de espectadores, y su éxito en toda España ha hecho que sus productores -Drive- hayan querido reponerlo, envuelto en una ambiciosa y lujosa producción (también lo era la primera). Y vaticino que este nuevo montaje, que se ha estrenado en el teatro Coliseum, va a tener el mismo o mayor éxito que el primero. ¿Por qué? Porque los productores saben más que hace siete años, han aprendido poco a poco a hacer mejor las cosas y, como primera y fundamental medida, han puesto al frente de la producción a un hombre de teatro (lleno de talento e imaginación, además): David Ottone, uno de los miembros de Yllana.
Es un buen punto de partida. Me consta que, para respetar la selección de canciones y los arreglos que realízó Nacho Cano (su historia con este musical merece su propio post), no se han modificado el libreto y la historia tanto como sus responsables hubieran querido. Se han eliminado canciones («No hay marcha en Nueva York« y «Por la cara», que yo recuerde, al menos, pero el musical sigue siendo, para mi gusto, excesivamente largo (tres horas y veinte). La endeblez argumental y las a menudo extemporáneas escenas, circunstancia motivada por la necesidad de encajar canciones con letras extravagantes (así es Mecano) se han maquillado en esta producción con ligeros cambios (buena parte del primer acto transcurre ahora en la casa de Guillermo, y no en el propio bar «El 33», lo que tiene mayor coherencia), y pinceladas aquí y allá mejoran notablemente el producto. Siguen pareciéndome innecesarias (e incluso inconvenientes) varias escenas, como «Maquillaje» (no hay por dónde cogerla), «Hawaii-Bombay», «Eungenio Salvador Dalí» o «Hijo de la luna». Creo que otras, como «Me colé en una fiesta» o «Cruz de navajas» están mal resueltas; no creo que tenga mucho sentido que Mario, después de engañarla, le quiera pedir perdón a María con una canción que cuenta cómo una chica llamada María engaña a un chico llamado Mario. Si yo fuera María, me parecería una tomadura de pelo; ella, en cambio, le dice que es una canción preciosa.
Vayamos con lo positivo, que es mucho. En primer lugar, la producción es apabullante. Por medios y por imaginación. A la escenografía corpórea se une un destacado grupo de proyecciones (han colaborado video artistas españoles y extranjeros), algunas usadas en una pantalla de 200 metros cuadrados. Es cierto que la impactante escena inicial, «Hoy no me puedo levantar», promete un impresionante despliegue de fuegos artificiales escénicos y que durante el primer acto apenas se cumple la promesa; pero hay que esperar al segundo acto, con números verdaderamente espectaculares y logrados como «Aire», «Perdido en mi habitación», «Un año más» y «No es serio este cementerio» (para mí, el mejor de todo el espectáculo).
Me alegra ver cómo los musicales españoles cuentan cada vez con mejores y más preparados intérpretes, y aquí el reparto es formidable. Por encima de todos (cuenta con la ventaja de que su personaje es también el más rico), Adrián Lastra: su progresiva degeneración física es tan asombrosa como conmovedora, al tiempo que exhibe un poderío vocal extraordinario y una capacidad de metamorfosis sobresaliente. Canco Rodríguez compone un Panchi siempre con el acento cómico preciso. Daniel Diges me pareció un poco acelerado como actor, pero brilla como cantante, donde muestra una magnífica progresión. A Andrea Guasch, de bella voz, le falta quizás un poco más de energía cuando su personaje ha de imponerse al de Diges, y Claudia Traisac exhibe dulzura. Ana Polvorosa destaca por su naturalidad, y canta con gusto sus partes; finalmente, David Carrillo y Alejandro Vega sirven con suficiencia sus papeles.
No siempre segundas partes fueron malas. Aquí está la nueva versión de «Hoy no me puedo levantar» para probarlo.