Hoy os quiero hablar de otro David, al que conocí hace muchos años y que hizo surgir en mi el espíritu maternal que me ha conducido a donde ahora me encuentro:
Con menos de veinte años (no recuerdo exactamente si tenía 18 o 19), para sacar algun dinerillo para mis cosas acepté una propuesta que me hizo una vecina de mis padres de cuidar a sus hijos por las tardes.
Yo, a excepción de mis primos, había tenido muy poco trato con niños y, aunque me gustaba verlos y me parecían muy monos, mi interés hacia los niños en general era nulo. De hecho, estaba convencida de que jamás sería madre. Pero el dinerillo me venía bien y, como vivía con mis padres, el trabajo me iba a resultar bastante cómodo, así que acepté.
Los niños en cuestión se llamaban David e Ivan. David tenía escasos dos añitos y su hermano Ivan, 9. Recuerdo la primera tarde que me quedé a cargo de ellos como uno de los peores momentos de mi vida....
Ivan, salió del colegio tirando petardos a diestro y siniestro y metiendolos donde mas daño podía hacer (papeleras, alcantarillas...) y David, a escasos pasos de la puerta del cole, se tiró al suelo en mitad de la calle, dijo literalmente "aquí me quedo" y me lo tuve que llevar en volandas y pataleando a casa, procurando que Ivan no incendiara nada mientras tanto...
Y esto fué solo el principio...David, acostumbrado como estaba a que le recogiera su yaya de la guarde, al principio no aceptó nada bien mi presencia y su hermano Ivan me hacía mas bien poco caso, con lo que las tardes eran largas y difíciles. No os imaginais cuanto me arrepentí de haber aceptado el trabajo!
Además, David era un niño con un temperamento muy especial...era muy serio y reservado y a mi ese carácter me resultaba rarísimo para lo pequeñito que era. Por otro lado, no llevaba nada bien lo de la guarde y siempre salía de allí triste y enfadado, lo que no facilitaba mucho que me recibiera bien.
Pero pasó el tiempo y, casi sin darme cuenta, me encontré con que ya no habían malas caras y que ya no me suponía un trauma quedarme con ellos. Los tres nos adaptamos poquito a poco y todo empezó a marchar bastante bien. Empezó a marchar tan bien, que llegaba hasta a echar de menos a David cuando no estaba con el...Nuestra relación fue cambiando hasta que llegó a un punto que, entre juegos, en muchas ocasiones se confundía y me llamaba mamá. Y fue entonces cuando surgió algo que no esperaba en absoluto...me encantaba oirselo decir!!! Sin saber como había pasado, el pequeño David había conseguido enamorarme y yo había conseguido enamorarle a el. Y empecé a pensar en que si podía sentirme tan bien con un niño al que cuidaba, tener un hijo debía de ser algo maravilloso.
Y ese fue uno de los cambios mas grandes que he hecho en mi vida. De pronto, la idea de querer ser mamá cobró forma y no desapareció hasta que al fin, mucho tiempo después, la vida me ofreció la posibilidad de hacerlo realidad.
Mi hijo se llama David porque es un nombre que me gusta, pero creo que en el fondo, lo que hizo que me gustara ese nombre fue la personita que lo llevaba y lo importante que fue para mi y para mi manera de entender la vida.
Es curioso como una personita tan pequeña puede poner patas arriba todos tus planteamientos y obligarte a rascar bajo la superficie para descubrir, en su compañia, la persona que realmente eres y lo que quieres en la vida.
Es algo por lo que le estaré eternamente agradecida..