El fútbol es un deporte que, pese a su complejidad, tiene la gran ventaja de que se puede vivir de muchas maneras, centrándose en partes concretas del juego, sin atender al conjunto entero. Caminando por la calle tras un gran partido es fácil sondear cual es el sentir del aficionado medio. Es muy fácil adivinar de que equipo es cada uno aunque esta máxima se deja de cumplir con un sector de la población muy determinado, los niños.
En la infancia es cuando uno es más puro, no tiene la influencia de experiencias pasadas y está menos influenciado por factores externos, se vive, en un alto grado, por instinto. Ese mismo instinto hace que una de las actividades preferidas de los más pequeños sea el jugar a fútbol. Para ellos, es sencillo imitar el comportamiento de sus ídolos, repetir las acciones que ven, semana tras semana en el televisor. Sólo les hace falta un balón de cuero (puede ser sustituido por múltiples objetos) e imaginación.
Todo esto viene a colación de que, esta tarde, caminando por las calles de mi ciudad, me he encontrado con un grupo de chavales que estaban echando un partidillo callejero, me he parado unos instantes a observarlos y he podido contemplar como uno de ellos, con el chandal del Barça puesto, intentaba realizar un regate parecido al que Di María le ha hecho a Puyol en el partido de Copa del Rey.
Me pareció algo precioso, por encima de los colores está el fútbol, además los niños lo resumen perfectamente, se quedan con detalles, goles, regates, remates… gestos técnicos en su mayor parte. Atrás queda que lo haga un jugador de este o de aquel equipo, lo importante es que se pueda bajar a la calle y emular a los ídolos.