15 septiembre 2014 por Naima Tavarishka
…no, no voy a cantarles el hit de Isabel Pantoja, no osaría yo hacer algo así. Pero es que ayer me levanté con el ánimo sincero, qué quieren que les diga, con la idea de soltarles algunas de mis verdades, las que me roen por dentro cuando llevo mucho tiempo sin hacerlo, las que me erigen como soy, con aciertos y errores, seguro. Nada pretendo con esto, apenas liberarme de ciertas opiniones que me están ocupando mucho disco duro y no tengo ganas de ampliar más megas de memoria.
Les decía que hoy quiero confesar que valoro, por encima de muchas cualidades, la humildad y el sentido del humor. Que la inteligencia no siempre va ligada al conocimiento o la sabiduría; que siento mucho lo que le ha pasado al sentido común, ingresado en urgencias hace ya algún tiempo y con respiración asistida.
Quiero también admitir que los años me han hecho un poco más estricta, no solo conmigo misma, que al fin y al cabo ya me aguanto yo solita, sino con los demás, sobre todo con quienes me importan. Que reconozco que a veces no está bien esta exigencia mía, pero que lo vivo de la misma forma en que me esfuerzo y me preocupo por los que me rodean. Que está muy bien eso de dar y no esperar nada a cambio, queda genial por escrito, pero es un poco de tontos, si lo piensan bien. Yo prefiero darle la vuelta y buscar el equilibrio, dar más o menos lo que recibo, y no hablo de lo material ni de que espere ansiosa lo que puedan entregarme, sino porque reconforta y fortalece una relación saber que de la misma forma que tú estás, también están por ti. Quid pro quo, que decían los romanos. (Ahora que cada uno piense lo que quiera sobre el significado del verbo dar, yo tengo el mío y practico también las excepciones).
Confieso también que me pone enferma −aunque eso ustedes ya lo sabían− las faltas de ortografía y una incorrecta escritura en quienes se suponen cuidadores del lenguaje; también me suben la fiebre las puñaladas traperas, la falsedad y los #últimahora de los que quieren ser los primeros de no se sabe qué competición.
Hoy quiero manifestar que no trago los amiguismos, ni el peloteo, ni la falsa manita por el hombro. Me quedo mil veces con la distancia y el respeto. Pero revelo, sin embargo, que me puede una mano franca, la del amigo aquel del poeta José Martí, con la diferencia de que yo no cultivo una rosa blanca “para el cruel que me arranca el corazón con que vivo”. La bondad la practico, pero puede que no sea tan espléndida.