Revista Opinión

Hoy yo mando en la cama

Publicado el 30 junio 2019 por Carlosgu82

Cuando veo que se queda quieto, me agarro los pechos y los acerco a su boca. Se los ofrezco. Lo obligo a que primero me chupe uno y después el otro y, cuando mis pezones vuelven a estar tiesos, se los retiro de la boca y sonrío. Eric gruñe.

—Dame tu mano —le pido.

Me la entrega y la paseo por mi pierna hasta llegar a la cara interna de mis muslos. Le dejo tocarme y pronto introduce un dedo bajo mis bragas. Dejo que se encapriche más de mí y, cuando se anima, lo obligo a que saque el dedo y se lo llevo a su propia boca.

—Resbaladiza y húmeda, como a ti te gusta.

Intenta cogerme de nuevo por la cintura y le doy un manotazo.

—Prohibido tocar, señor Zimmerman.

—Señorita Flores… modere sus órdenes.

Sonrío, pero él no. Eso me gusta.

Subo mi mano izquierda hasta su cuello, la meto entre el sillón y él y le agarro del pelo con cuidado. No quiero que le duela más la cabeza. Su cuello queda expuesto totalmente ante mí, mientras siento el latido de su corazón entre mis piernas.

—Señor Zimmerman, no olvide que ahora mando yo.

Saco mi lengua y le chupo el cuello. Me deleito con su sabor y finalmente acabo en su boca. Adoro su boca. Le devoro los labios y oigo un gemido gutural salir de su interior.

—Me encantan tus ojos —murmuro—. Son preciosos.

—Yo los odio.

Me hace gracia su comentario. Eric tiene unos maravillosos ojos azules que estoy segura que causan furor allá por donde vaya. Cada segundo que pasa me siento más alterada, acerco mis pechos de nuevo a su boca y, cuando él me los va a chupar, se los retiro. Sin dejar de mirarlo a los ojos, me escurro entre sus piernas y, con cuidado de no darme en el brazo, meto mi mano bajo sus calzoncillos, agarro su caliente pene y sus duros testículos y saco todo ello al exterior.

¡Oh, Dios! Es impresionante.

El poderoso latido de aquel grueso glande hinchado hace que la vagina me tiemble de impaciencia. Y cuando acerco mi boca hasta su rosado capullo y me lo introduzco, lo siento temblar a él. Mi lengua, deseosa, pasea por su pene y le reparto cientos de dulces besos cargados de erotismo y perversión. Juego mimosa hasta que sus jadeos por lo que le hago me hacen mirarlo y veo que tiene la cabeza recostada en el sofá y los ojos cerrados. Su mandíbula está tensa y tiembla de gozo.

¡Oh, sí… sí! De pronto, noto sus manos en mi cabeza y digo para que me escuche:

—Imagina que estamos en el club de intercambio y alguien nos mira y se muere porque tú le permitas tocarme, mientras me haces el amor con la boca delante de él. ¿Te gusta?

—Sssí… —consigue decir mientras enreda sus dedos entre mi pelo.

Noto sus caderas moverse y su pene se acomoda aún más en mi boca. Eso me da fuerzas para continuar mientras siento cómo todo él se contrae de placer. Con delicadeza, mordisqueo alrededor de su capullo y me paro en una finita tela. Mi lengua se desliza por ella consiguiendo que Eric se mueva y resople y más cuando finalmente la agarro con mis labios y tiro de ella.

Como si de un helado se tratara, lo chupo, lo degusto. Recuerdo la trufa que hay sobre la mesa y sonrío. Cojo un poco con mi dedo, lo unto en su pene mientras me recreo y murmuro que otro día será él quien unte esa trufa en mi clítoris para que otros me chupen. Eric jadea, muerto de placer.

Con  mi otra  mano  libre  le  agarro  los  testículos  y  se  los  toco.  Eric  tiene  un espasmo, después otro y sonrío al oírlo resoplar.

Anhelante de su pene, regreso a él. Lo meto con mimo en mi boca, pero ya está tan enorme e hinchado que no cabe, por lo que decido subir y bajar mi lengua por él mientras el sabor a trufa me hace disfrutar más y más. Le enloquece lo que hago, lo que le digo, así que lo repito una y otra vez hasta que sus jadeos son más continuos y fuertes. Sus caderas me acompañan, sus dedos en mi pelo se tensan y me embiste en la boca.

La sensación me embriaga. Estoy poseyéndolo con mi boca y me gusta tenerlo entre mis manos y bajo mi merced. Pongo una de mis manos sobre sus marcados abdominales y le clavo las uñas. Eso lo hace jadear más mientras sus caderas no paran de moverse. Agarro su glande endurecido con mis manos y comienzo a masturbarlo con embestidas potentes, como a él le gustan, mientras fantaseo sobre lo que otro hombre me estaría haciendo a mí.

El cuerpo de Eric se contrae una y otra vez, pero se niega a dejarse llevar.

—Súbete en mí, Jud… Por favor, hazlo.

Su voz implorante y mi deseo por él me llevan a obedecerlo.

Me siento a horcajadas sobre él y entonces me penetra. Estoy mojada y resbaladiza. Se encaja totalmente en mí y los dos gritamos.

—¡Dios, nena, con lo que dices me vuelves loco! Mimosa y dispuesta a todo, lo miro.

—Eso quiero… Jugar contigo a todo lo que quieras porque tu placer es el mío y

yo deseo probarlo todo contigo.

—Jud… —jadea.

—Todo… Eric… todo.

Noto cómo se abre paso en mi interior. Enloquecida, me sujeto a sus hombros mientras él me agarra con posesión del culo y con su demanda me hace subir y bajar para encajarse en mí una y otra vez mientras me mira y me come por el deseo.

Su glande duro y caliente, entra y sale de mí con desesperación, mientras mi vagina se contrae y lo succiona. Muevo las caderas frenéticamente y tiemblo mientras Eric, con movimientos devastadores y duros, continúa llevándome hasta el clímax.

Mis pechos saltan ante él y, cuando su boca me agarra un pezón y me lo muerde al tiempo que me penetra, un orgasmo devastador toma mi cuerpo. Mientras, él me colma de largas embestidas hasta que no puedo más y lo oigo sisear mi nombre entre jadeos y contracciones. Cuando todo acaba y quedo sobre él extasiada y húmeda,  me  doy  cuenta  de  una  gran  verdad.  Estoy  total  y  completamente sometida y enamorada de él.


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