En el capitalismo de nuestros días germinan crisis de muy diferente naturaleza que aparecen de forma recurrente. Unas son sistémicas porque cuando aparecen “contaminan” inevitablemente a todo el sistema. Así son las financieras porque afectan al dinero o crédito, sin el cual no puede funcionar la economía. Otras son estructurales, porque provienen de la naturaleza intrínseca del sistema capitalista. Por ejemplo, las que producen la desigualdad derivada de la mercantilización del trabajo (que periódicamente produce crisis de demanda por la caída de la masa salarial), o la ambiental, como consecuencia de mercantilizar también el uso de los recursos naturales, sometiendo la naturaleza al afán de lucro. Otras son de escala y características diferentes, producidas por una sola causa o por una conjunción de ellas, y pueden alcanzar una envergadura mayor o menor según que afecten a variables más o menos determinantes del funcionamiento o del equilibrio del sistema en su conjunto. Eso ocurrió con la de los años 70 del siglo pasado.
Como traté de demostrar en mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas, estos últimos, cuando se basan en el saber convencional, en la ortodoxia dominante, no suelen ser capaces de anticipar las crisis y de darles solución adecuada. Es así porque parten de premisas falsas y porque no utilizan métodos de análisis adecuados para poder entender lo que en realidad es la economía: un sistema complejo cuyo funcionamiento no se puede explicar con las herramientas simplistas de la teoría económica dominante .
En mi opinión, esta falta de acierto se está produciendo de nuevo en estos momentos: los economistas convencionales y las autoridades que se basan en sus opiniones intuyen que se aproxima una crisis importante pero están apuntando, otra vez, al lado equivocado. Creen que vendrá por la desaceleración de la actividad que se viene produciendo en los últimos meses o como resultado de otro zarpazo de volatilidad financiera, como el que provocó la de 2007-2008. Pero se equivocan.
Es cierto que la tendencia a la baja de la masa salarial y la extraordinaria concentración de la riqueza tiende a producir un deterioro progresivo de los mercados: ante una demanda debilitada se responde con reducción en la oferta y se genera así un círculo vicioso que antes o después estalla en forma de crisis. Y es cierto también que las grietas que provocaron la anterior crisis financiera no se han cerrado convenientemente, de modo que es seguro el sistema bancario mundial volverá a saltar antes o después. Pero yo creo que ninguno de estos peligros es inminente. Y otras crisis, como la ambiental o incluso la de la deuda, tampoco es probable que produzcan un efecto de colapso generalizado próximamente.
A mi juicio, donde se están concentrando todos los riesgos para producir una crisis global de grandes dimensiones a muy corto plazo es en las bolsas de valores y, por tanto, en el entramado empresarial que se extiende por todo el planeta.
Las bolsas se están convirtiendo en nuestro tiempo en una bomba de relojería por tres razones que expongo a continuación muy resumidamente.
La primera es de carácter más general. Las bolsas son mercados cuya función es la de proporcionar financiación a los operadores económicos. Cuando estos necesitan capital emiten títulos y los ahorradores o inversores los adquieren para obtener la rentabilidad que está asociada a ellos, bien como renta variable (cuando se trata de dividendos que reparten el beneficio de las empresas) o fija (cuando se trata de títulos que se emiten con un interés determinado a lo largo del tiempo). Esa función de capitalización es fundamental y hay que reconocer que es uno de los grandes logros del capitalismo pues permite acumular sumas de capital que generalmente sería imposible que pudieran obtener por sí mismos los propietarios originales o mayoritarios de las grandes empresas. Algo fundamental, por tanto, para acometer grandes negocios y la acumulación que necesita un sistema planetario como el nuestro.
Sin embargo, las bolsas han perdido desde hace años esa función y en lugar de servir para financiar a las empresas responden cada vez más a una lógica puramente especulativa que simplemente busca aprovecharse de los cambios de precios de los títulos y no de su rentabilidad intrínseca. En las bolsas actuales se compran o se venden títulos para volver a venderlos o comprarlos rápidamente, es decir, para especular con ellos con un criterio de cortísimo plazo muy distinto al que requiere la financiación empresarial y productiva.
Esto significa que la bolsas se han desnaturalizado, que funcionan para lo que no deben funcionar y eso es lo que explica que se produzcan crisis de reajuste tan a menudo.
Y yo creo que tenemos ante las puertas una nueva crisis de este tipo, pero de gran amplitud, porque este proceso de desnaturalización se ha agudizado extraordinaria e incluso excesivamente en los últimos tiempos.
La segunda razón que ha provocado que la desnaturalización de las bolsas se hayan exagerado hasta el punto de que están a paso de estallar es que las grandes empresas vienen utilizándolas para comprar sus propias acciones, unas veces utilizando sus grandes beneficios para ello y generalmente endeudándose gracias a los tipos de interés muy bajos. En los últimos cinco años, las 500 mayores empresas de Estados Unidos realizaron ese tipo de compras por valor de 2,9 billones de dólares, y en 2018 por 1 billón. Esas compras (técnicamente denominadas buy back) han sido las responsables de que las cotizaciones de esas acciones estén exageradamente elevadas y que el índice S&P500 (el de las 500 más grandes empresas que cotizan en bolsa) haya registrado una impresionante subida del 300% desde 2009 a finales de 2018. Más bien antes que después, más pronto que tarde, quizá ya mismo, esas compras dejarán de realizarse y las bolsas caerán estrepitosamente, arrastrando tras de sí a docenas de las más grandes empresas del globo.
La tercera razón que ha producido la exagerada desnaturalización de las bolsas es la generalización de las llamadas operaciones de alta frecuencia. Estas son las compras y ventas de títulos de todo tipo que no realizan los seres humanos sino algoritmos en ordenadores muy potentes que operan a velocidades que resulta muy difícil de asimilar. Este tipo de operaciones representan ya entre el 60% y el 80% de todas las que se realizan en las principales bolsas y mercados financieros del mundo. Y para que los lectores se hagan una idea de qué significa operar a la velocidad en que se compra y se vende hoy día baste un simple cálculo: imagine que se compra una acción por 1.000 euros y que se vende a 1.001 euros pero que eso se hace 10.000 veces por cada segundo, que es la velocidad a la que pueden realizarse esas operaciones (hay quien dice que no son 10.000 veces sino incluso millones de veces…). Y para entender lo que esto lleva consigo y lo que puede suponer el actuar más rápido cada vez, téngase en cuenta que una conexión a la red que sea solo un milisegundo más rápida que la de la competencia podría aumentar las ganancias de una firma de alta velocidad en unos 100 millones de dólares al año.
Las consecuencias del predominio de este tipo de operaciones son muy variadas pero señalaré sólo dos. Una, que se alimentan burbujas continuadamente (préstamos estudiantiles, pensiones, la inmobiliaria que no cesa, o la más letal de la deuda…). Y otra que, aunque todos los algoritmos están preparados para ganar, es materialmente imposible que siempre ganen todos o que todos los mercados estén en alza permanentemente. Y ambas circunstancias nos llevan a lo mismo que dije antes: más bien antes que después… se producirá una caída generalizada en las bolsas. Dicen que los reguladores necesitarían entre diez y quince minutos para detener una instantánea pero yo no creo que eso esté siempre asegurado. Y, en todo caso, piensen en lo que sucedería si la caída se produce justo antes del cierre, o si se produce una detrás de otra.
¿Cuándo puede suceder algo así? ¿Cuándo se producirá el reajuste de unas bolsas mundiales desnaturalizadas? ¿Cuándo estallarán las burbujas? ¿cuándo provocará un caos la lógica insostenible de los algoritmos sin control?… No lo sabemos pero lo que sí es seguro es que el fuego se extiende cuando salta una chispa y que en los últimos meses se están encendiendo varias cada dos por tres. La última, el ataque de Trump a Huawei. Es un paso más en la guerra comercial y tecnológica y ya así tiene importancia. Pero yo lo contemplo ahora como un posible factor de desestabilización en bolsas que están ya de por sí muy altamente desestabilizadas, tal y como acabo de explicar.
Si es así, si provoca que empiecen a caer las cotizaciones, si se frena el buy back, si hace que estalle alguna burbuja… estaremos a las puertas de la próxima crisis, de naturaleza y efectos diferentes a la anterior. Su modo de difusión y sus consecuencias las comentaré en un próximo artículo. Pero, de momento y para que este artículo termine con una imprescindible visión esperanzadora, no se olvide que, como escribí hace unos días, también detrás de las crisis hay Una gran oportunidad.