La batalla de Hué es uno de los episodios más desconocidos de la horrenda Guerra de Vietnam. Acostumbrados a luchar y padecer en la selva, los marines de Estados Unidos tuvieron que enfrentarse durante un mes a un combate urbano para que el que no habían sido entrenados, después de que un golpe fulgurante, enmarcado en la ofensiva del Tet, el enemigo tomara una de las ciudades más antiguas del país y se hiciera fuerte en sus barrios y en su ciudadela. Al principio la presidencia estadounidense y el alto mando restaron importancia a este movimiento, tachándolo como una maniobra desesperada, aunque pronto la opinión pública americana iba a descubrir que Vietnam era un asunto más serio - y tenebroso - de lo que habían podido imaginar.
Mark Bowden describe de manera magistral todas las fases de una batalla que los generales de Estados Unidos no se tomaron en serio hasta el final. Desde el comienzo creyeron que pequeños grupos de marines podrían desalojar sin esfuerzo al enemigo de sus posiciones. Pronto descubrieron que el Vietcong había convertido Hué en un auténtico infierono y que la ciudad debería ser reconquistada metro a metro, edificio a edificio, en una batalla urbana de desgaste que pronto empezaría a cobrarse un aterrador número de víctimas, sobre todo entre una población civil atrapada en mitad de los combates. Acostumbrados a moverse en la espesura de la selva, los marines se encontraron con un laberinto de edificios plagados de morteros y francotiradores vietnamitas. Pocos soldados acabaron la batalla físicamente indemnes:
"El aire húmedo estaba impregnado de humo y los olores de combustible diésel y carne podrida. Era horroroso y nunca acababas de acostumbrarte. Cada vez que se movían les disparaban. Parecía que no hubiera lugares seguros en ningún lado."
Respecto a vencedores y vencidos, ambos bandos perdieron algo después de la ofensiva del Tet, un balance que acabaría favoreciendo a largo plazo al Norte. Para Hanoi, el ataque iba a ser una oportunidad de expulsar al invasor estadounidense gracias a un lenvantamiento popular que se extendería por todas las ciudades del sur a la vez que la ofensiva. La tibia respuesta de la población civil, que más que combatir por su liberación, lo que anhelaba era salvar el pellejo, desilusionó estas expectativas, pero no afectó al ardor combativo de los soldados del Vietcong, dotados de una capacidad de sacrificio que rozaba el fanatismo. Para los Estados Unidos, aunque consiguió expulsar sobre el papel al enemigo de las ciudades, los primeros meses de 1968 fueron desastrosos: la opinión publica advirtió que aquella guerra no era precisamente un paseo militar y las filas de la oposición a la misma, al principio marginales, fueron nutriéndose con cada vez más ciudadanos. Para el presidente Johnson todo esto resultó un doloroso baño de realidad y en su cabeza empezó a abrirse paso la idea de ir retirando paulatinamente soldados del frente de una guerra que no podía ganarse:
"Las crónicas y fotos de Hué, en especial, tuvieron un produndo impacto. Presentaban combates a una escala comparable a la de las guerras mundiales, con una orgullosa ciudad reducida a escombros y ceniza, con las caras sucias de marines heridos y aterrados atrapados en un conflicto despiadado."
El legado de todo ello, desde la perspectiva que dan cincuenta años no es otro que el de un conflicto absurdo cuyo fruto terminó siendo la humillación de Estados Unidos, que sacrificó a miles de soldados inútilmente en una guerra cada vez más impopular, en el que, quizá por primera y única vez, la prensa libre fue un factor decisivo a la hora de reflejar toda su crudeza.