Revista Viajes

Hue, Iluminación en la pagoda de Thien Mu, casamiento al paso, barrio al paso y despedida…

Por Viajeporafrica

En un rapto de entusiasmo mañanero se nos ocurrió darle sustento a nuestras vidas haciéndole una visita a la famosa pagoda de "Thien Mu". Pusimos frutas en la mochila, nos llenamos de convicción, y nos lanzamos al vacío a ver cuán cierto es que no tiene fin, como la tristeza brasilera. Después de un rato de caminata levantamos el dedo, y alguna piadosa camioneta que pasó decidió llevarnos hasta exactamente la puerta de entrada al distinguido evento. Lo más sincero que puedo decir es que creo que en esa pagoda me iluminé y me di cuenta que no soportaba ni un templo, ni una pagoda más.
Me llegó una sensación desde el estómago... no la podía digerir, estaba literalmente harto. Sí, aunque los jardines fueran increíblemente lindos y llenos de bonsáis, y aunque la paz y la tranquilidad tendieran al más desconocido infinito. Sólo el hecho de pensar en quedarme dentro del predio diez minutos más me mataba del aburrimiento crónico. Gracias a Buda, a Vico le pasó lo mismo, y juntos, pero no de la mano, mandamos la pagoda al carajo y nos fuimos a recorrer las calles y los barrios por las cercanías del lugar.

Sin pensarlo, pero a paso firme nos metimos de lleno en uno de esos típicos barrios periféricos de aura envolvente y ambiente acogedor. Un barrio en el que por momentos no se veía una sola persona alrededor. Las casas parecían deshabitadas o abandonadas. El ambiente parecía raptado por esa especie de tranquilidad desoladora de la hora de la siesta. .. como despoblado. Sentía una especie de obligación de caminar despacio, evitando que mis zapatillas friccionen demasiado el pavimento. El estado de alerta no duró demasiado. A los pocos segundos se empezaron a escuchar risas y murmullos que se amalgamaban con l os ecos de alguna extraña música que retumbaba de fondo .
A los pocos pasos e mpezaron a aparecer algunas motos y algunos vietnamitas que se sorprendían de nuestra presencia. Sonreíamos tibiamente mientras continuábamos nuestro camino. Cada vez que nos dábamos vuelta a tratar de ver qué era lo que estaba sucediendo, más personas parecían estar mirando. Estaban todos amontonados en el jardín de una de las casas. Cuando pasamos por el frente de la puerta de entrada pudimos distinguir la decoración y toda la inadvertida perorata, para por fin avivarnos y caer en cuentas que se estaba celebrando un casamiento. De ahí en más, sólo hizo falta la aparición del típico borrachín extrovertido, para darnos la cálida bienvenida y transformarnos por un rato en los "exóticos invitados de honor".

Encaramos la muchedumbre un poco apesadumbrados, y no porque seamos vergonzosos, sino porque si hay algo que es dificilísimo de trabajar en esta parte del mundo es el idioma. Uno se sienta, escupe un tímido "hello", y cincuenta personas alrededor empiezan a responder en laosiano abriendo el juego de las señas y las risas. Atrás de todos esos hermosos gestos que estimulan el encuentro, lo que paralelamente se produce, es un esfuerzo y un enorme desgaste energético para tratar de entender con un poco más de precisión, qué es lo que la gente está efectivamente diciendo. La interacción inevitablemente drena, frustra y condiciona, hasta que llega ese inevitable momento en que uno se siente un payaso argento-latino riéndose como un pelotudo de todo, pero no entendiendo absolutamente nada.
Peor aún, los "pibes de barrio" del mundo, en este caso del mundo vietnamita, generalmente no conocen más de cinco palabras en inglés. Su lenguaje suele estar más bien amarrado a las esquinas y al corazón idiosincrático de su cultura, manteniéndose casi de manera consciente, a buena distancia de la contaminación del extranjerismo globalizador. Y aunque todo ello me parece un valor innegociable, es también una verdadera lástima, porque en cierta forma suelen ser los guardianes de los códigos culturales más profundos y distintivos de cualquier sociedad. En fin... lamentablemente la comunicación fue limitada. En líneas generales sólo permitió compartir las capas más superfluas del espíritu, que aunque llenas de risas y de comunión, nunca me resultan suficientes como para sentirme realmente satisfecho... Una piedrita en el zapato siempre me queda.

El notición es que: "a falta de entendimiento, birra". Ese sí que es un lenguaje universal que todos entendemos muy fácilmente. Y cuando digo "birra", habló de vietnamitas experimentando con dos argentinos a la deriva a ver cuán rápido los pueden poner en pedo. "Miles y miles" de vietnamitas boló, mirándonos excitados e instigándonos a fondear latas de cerveza de un solo trago. Fantabulósico es poco. Creo que el record del momento fue algo así como cuatro latitas en unos cinco minutos. Luego de analizarnos incisivamente para confirmar que efectivamente estábamos mareados, nos dieron un respiro, un poco de torta, y nos dejaron de prestar tanta atención.
El casamiento se puede resumir como una mezcla de domingo en el patio de "Doña Rosa", con algunos ribetes de "juntada árabe ruidosa", y un toque de animación Karaoke y locución Leonardo Simons. Les dimos nuestras bendiciones a los novios, y por esas insólitas desgracias de la vida, la fiesta llegó a su fin. Sólo nos quedó algo de tiempo para corroborar que los "manija" de birra son iguales en todo el mundo, por lo que antes que suene el silbato final, agarramos dos o tres latitas más y nos mandamos a mudar.

Bajo los efectos del típico pedo "no comí un carajo, me siento raro", i ntentamos emprender una relajada y apacible caminata de regreso. E ntendiendo que el día aún estaba en pañales, y con serias probabilidades de seguir mejorando y sorprendernos un poquito más, nos fuimos tambaleando a la deriva por algún camino de tierra que parecía no llevar a ningún lado, pero que decidimos no cuestionar. Teníamos una mínima noción de cómo emprender el camino de regreso, pero el zigzag de la cerveza nos mantuvo por un largo rato hipnotizados y a la deriva.
En este estado avanzamos por algunos minutos, hasta que por arte de magia y quizás de un poco de suerte, nos descubrimos adentro de una especie de cementerio abandonado, caminando entre lápidas, vacas y vietnamitas muertos. Los mini panteones estaban repartidos asimétricamente en una vasta superficie que serpenteaba entre un campo abierto y plantaciones de arroz. De repente estábamos asistiendo a un evento sensorial de alto impacto, definido por una sofisticada y colorida arquitectura, que combinada con ese pedo "no comí un carajo, me siento raro", sumergieron a esta simple caminata de regreso en una burbuja surrealista campo traviesa vietnamita. Sacamos unas fotos, tratamos de no molestar demasiado a los muertos, y nos mandamos a mudar.

Ya de vuelta en la "civilización", y para coronar un día condenado al recuerdo, terminamos perdidos entre las calles de algún costado periférico de
Hue; como quien perdió el rumbo, como quien cedió el control, y se repite y se persigue el rabo dando vueltas en círculo. Recuerdo la caminata como el momento en que definitivamente sucumbimos a las maravillas de la arquitectura vietnamita. Hay una posibilidad que todo haya sido obra y culpa del consumo abrupto de cerveza, pero el anarquismo ecléctico de las construcciones, no hizo más que volarnos la peluca y llenarnos el espíritu de formas, colores, y geometrías básicas de vida.


Como si todo esto hubiera sido poco, una realidad que daba vuelta en espirales finalmente nos abandonó adentro de un monasterio. Un monasterio de esos en que los monjes hacen de cuenta que no estás, como si no te vieran o no existieras. Esos lugares donde no existe el sonido y cualquier movimiento parece incordioso. De repente el grupo de monjes se juntó a rezar, o a recitar mantras, o vaya uno a saber qué... Ya el día se había pasado de piola, la información había sido demasiada, pero parecía no tener intenciones de dejarnos en paz. Mejor... perdido por perdido nos dejamos llevar y llevar hasta que...


Hue, la antigua capital de Vietnam, llegó a su fin. Hay que concluir en que fue uno de los mejores recuerdos del Sudeste Asiático. Un lugar intenso, genuino, y muy humilde a la vez. Había llegado el momento de continuar. Miramos el mapa y divisamos que muy cerca del mar había un pueblo, condado, o ciudad llamado Hoi An. Ahí es donde nos trasladaremos en el próximo capítulo. Sígannos, muy seguramente lo vamos a defraudar...


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