Revista Opinión
Acabo de coronar la edad de jubilación y asisto estupefacto a una convocatoria de huelga contra los deberes escolares. Los deberes son tareas que los chavales deben realizar en sus hogares para presentarlos al profesor el día siguiente. En la mayoría de las ocasiones, consisten en aplicar mediante supuestos prácticos los conocimientos enseñados en clase para reforzar su aprendizaje. Varían en forma y complejidad según la asignatura y grado de escolarización. Que yo sepa, siempre han existido. Tan antiguos son que yo también he tenido que realizar deberes en mi etapa de enseñanza obligatoria y elaborar trabajos, también fuera del horario lectivo, en las dos ocasiones que pasé por la universidad. Y, aquí me tienen: ni estoy traumatizado por no haber tenido todo el tiempo libre para jugar cuando salía de clases ni mis padres se quejaron por obligarme, y a veces ayudarme, a realizar mis deberes. Antes al contrario: todos reconocemos que, gracias en alguna medida a los deberes escolares, pude sacar partido de las enseñanzas recibidas y consolidar mi formación. Y se lo debo, también en gran parte, a mis padres, que nunca desfallecieron para que estudiara. Pero, fundamentalmente, la deuda es con los profesores, que me insuflaron el hábito del estudio y la curiosidad por saber.
Es posible, no obstante, que el volumen de tareas extras que se exige en la actualidad sea mucho mayor que en mis lejanos tiempos escolares. Pero los recursos que tienen hoy a su disposición los niños para ayudarse con los deberes son, de igual modo, más numerosos y eficaces. Como padre, he tenido que dibujar en una cartulina (varias veces, por las diferencias de edad) la tabla de multiplicar para que mis hijos la memorizaran fácilmente al tenerla colgada de la pared en sus dormitorios. Hoy en día, con buscarla en Internet e imprimirla es suficiente. Tanto las tareas como la forma de trabajarlas han cambiado, como todo, una barbaridad. Pero la finalidad sigue siendo la misma: es un método por el cual el alumno asienta el conocimiento en su memoria y aprende su utilidad práctica con la resolución de problemas o valorando su importancia en el mundo en que le ha tocado vivir. Y es que a la escuela no se va a jugar, sino a aprender, a recibir la preparación que va a necesitar de adulto para tener posibilidades de alcanzar las metas personales que se proponga. Y ello cuesta, requiere esfuerzo por parte de los alumnos, los maestros y los padres. Por eso me quedo estupefacto con esos padres que secundan una huelga contra los deberes escolares y no contra la asignatura de religión, por ejemplo.
Reconozco que habría que valorar exactamente la cantidad de tareas que los alumnos han de realizar antes de opinar si, efectivamente, existe un exceso de obligaciones extraescolares que agobia a padres y alumnos. Pero de ahí a pedir la supresión de las mismas va un abismo, el que existe entre la labor pedagógica del profesor y la ignorancia educativa de los padres. Convocar una huelga que pretende la enmienda a la totalidad de los deberes me parece una exageración, una imprudencia propia de irresponsables que desconocen la idoneidad de los deberes como soporte que ancla los conocimientos en los alumnos. Hubiera sido más eficaz exigir una reunión, integrada por docentes, padres y responsables educativos, para estudiar el asunto, cuantificar la carga de tareas que se le exige al alumnado en cada tramo escolar y acordar una cantidad de deberes, teniendo en cuenta el número de asignaturas y el tiempo estimado en realizarlos, de tal manera que no suponga un impedimento al manido derecho a la convivencia familiar y al ocio de niños y padres. Es decir, limitarlos o racionalizarlos, pero no suprimirlos como demandan los convocantes de la huelga.
Una huelga para eliminar los deberes escolares es una exigencia que parece antojarse a padres, cuanto menos, poco dispuestos a sacrificarse por ayudar a sus hijos con los estudios en casa. La falta de tiempo o la carencia de conocimientos para aclarar las dudas que los niños puedan plantear, podrían ser algunas de las motivaciones para desear la desaparición de las tareas extraescolares. Una motivación egoísta e irresponsable porque surge de una incapacidad de los padres que repercute en la educación de los hijos. Además de partir de una equivocación: no hay que hacerle los deberes a los hijos, sino ayudarlos a que sean ellos solos los que ejecuten sus tareas.
Esta rebelión contra los deberes está convocada por la Confederación Española de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), mayoritaria en la escuela pública, con la finalidad de eliminar las tareas escolares fuera del horario lectivo. Es la primera vez que se plantea una reivindicación así en España, con la excusa de que la “sobrecarga” de deberes resta a los padres “el tiempo familiar que les corresponde”. Al parecer, los convocantes entienden “tiempo familiar” sólo el dedicado al ocio o el esparcimiento, no el compartido con los hijos para fomentarles hábitos y disciplina de estudio. Es verdad que hay que permitir al niño un tiempo de asueto con sus amigos y un tiempo familiar para que disfruten con sus padres, pero también un tiempo, aparte del que consumen en la escuela, para consolidar y desarrollar lo aprendido en casa. Y, aunque no existen evidencias científicas que prueben que los deberes garantizan el éxito educativo, tampoco lo contrario. Hay tiempo para todo, también para inculcar hábitos de estudio. Es cuestión de organizarse.