Revista Libros
Teníanganas de echarse a la calle los sindicatos. Se han pasado dos legislaturas mordiéndosela lengua y reprimiendo los instintos atávicos, por lo que no es de extrañarque no puedan aguantar más y saquen a airear las pancartas a la menor ocasión,aunque la fecha coincida con el aniversario del hecho más infame de nuestrahistoria reciente.Nodeja de tener gracia que se convoque una huelga por causa de un proyecto de leyque aún no ha comenzado su tramitación en el congreso, por lo que nosenfrentamos a una convocatoria de huelga preventiva, quizá una exhibición de fuerzao una mera pataleta.Alejecutivo de Rajoy no le preocupa en exceso. Como confesó en uno de sus lapsus europeos,ya tenía descontada la huelga en su balance de previsiones, y, si ha de recibiruna huelga general, quizá ahora, cuando su cota de poder toca el zenit y apenasha sufrido desgaste, sea el mejor momento de encajarla.Sifueran honestos, los sindicatos deberían reconocer que no albergan esperanzaalguna sobre el hecho de que la huelga pueda servir para cambiar un ápice elproyecto de ley, ni siquiera la actitud general del gobierno. Cabe entoncespreguntarse por qué se convoca y supongo que no faltará quien sospeche, no sincierta malicia, que quizá los sindicatos no estén tanto protestando por lareforma laboral como enseñando los dientes en respuesta a un previsible recortede sus prebendas y subvenciones.Noes de extrañar, por tanto, que muchos se cuestionen si merece la pena perder undía de salario por esta suerte de cántico al sol o maniobra subterránea alamparo de arcanos intereses.