En Estados Unidos, el sistema de producción masiva con que opera la industria alimenticia llena los supermercados de una comida barata y abundante, pero también insípida y de dudosa calidad. Las verduras se cultivan con generosas dosis de pesticidas, y la fruta pasa de estar verde a podrida sin haber estado nunca en su punto. Como reacción a esto, ha surgido en los últimos años un fuerte movimiento para recuperar los sabores y la calidad de los productos frescos. Libros como The Omnivore's Dilemma de Michael Pollan y películas como Food, Inc. han supuesto una poderosa llamada de atención, animando a la gente a practicar una especie de eco-activismo y de rebelarse ante lo que consideran un sistema deshumanizado y perjudicial para la salud. Como resultado, la demanda por parte del público de productos ecológicos ha crecido de manera espectacular. Los productos llamados organic se cultivan sin pesticidas, o en el caso de la carne y los lácteos, sin hormonas ni antibióticos. Varias cadenas de supermercados -como Whole Foods y Trader Joe's- están aprovechado el tirón de este tipo de productos, y también están floreciendo en todas las ciudades los farmers´markets, mercados en que los granjeros venden sus productos directamente a los consumidores. Este mismo fenómeno ha hecho que las huertas urbanas se hayan convertido en una realidad cotidiana para mucha gente, que aprovecha el espacio del jardín que antes ocupaba un césped inservible (y no comestible, dicho sea de paso). Hasta Michelle Obama ha plantado una huerta ecológica en la Casa Blanca, a la que acuden grupos escolares a quienes se educa sobre principios básicos de nutrición, y se les explica por qué deben consumir menos chicken nuggets y más frutas y verduras.
Para mi sorpresa y regocijo, al pasar el otro día por una zona del downtown de Cincinnati que antes estaba ocupada por edificios abandonados, vi que varios edificios habían sido demolidos para dar paso a un magnífico jardín de verduras y hortalizas (en la foto). Mientras hacía fotos, pasó por allí el dueño del solar, Gale Smith, un millonario filántropo que me habló de su fundación y que me contó que alquilaba el solar a la ciudad de Cincinnati por el precio simbólico de un dólar al año, con la condición de que se usara como huerto. Lo más interesante de esta reutilización del espacio urbano, además de servir para embellecer una parte deprimida de la ciudad, es que forma parte de un programa que da empleo a jóvenes que quieren aprender el oficio, y que venderán luego los productos obtenidos en Findlay Market, un mercado local (en la foto). Servidora los ha probado, y doy fe de que saben estupendamente, seguramente por el buen karma que los rodea. Otros programas similares están surgiendo en todo el país, desde escuelas a organizaciones de vecinos, pasando incluso por los centros penitenciarios. Por ejemplo, los productos cultivados por los internos de la prisión de Cincinnati se donan a una ONG llamada Meals on wheels, que distribuye comidas gratuitas a ancianos y enfermos. Otro ejemplo: la universidad de Minnesota ha creado en el campus un edible garden o "jardín comestible", y su responsable se encarga de mantener también un blog en el que detalla el progreso del huerto a lo largo del año.
Lo mejor de este renacimiento del cultivo a pequeña escala es que le hace a uno más consciente de la importancia de cuidar el entorno, sobre todo si nuestro sustento depende de ello. Pero además, después de probar estos productos tan frescos y acostumbrarse a su sabor, uno se convierte a la causa, y ya no hay vuelta atrás a la sosísima comida de las grandes superficies y sus cámaras frigoríficas.
Magazine
También podría interesarte :