www.cocinaparaindignados.com
“Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos”. El Principito
…Aunque en muchas ocasiones creemos que llegamos antes. Felipe va a ser coronado. Es el paso de la pubertad a la madurez monárquica para la que ha estado preparándose toda su vida con profesionalidad y alevosía. Va a dejar de ser príncipe para convertirse en rey sin ganar batalla alguna, sin luchar contra un león para probar su hombría. Claro que, afortunadamente, tampoco era necesario. Va a ser rey por derecho de nacimiento, porque la ley lo establece, por voluntad divina, a pesar del enfado de la Divina Voluntad por no ser invitada a la celebración.
Tal vez si en lugar de trazar una línea recta hacia la coronación hubiera dibujado una trayectoria que contentara al amplio sector de la sociedad que le cuestionaba, su destino hubiese sido el mismo, pero habría acallado las voces disidentes y todos reconocerían en su reinado la voluntad de los ciudadanos. El problema a la hora de intentar satisfacer a todo el mundo en democracia es que no puedes confiar en que aquellos que te son afines vayan a ir a votar, ni debes dejar a criterio del destino que los otros actúen de igual forma. De modo que las cosas se quedan como están y se justifica diciendo que son como son.
Para aquellos que desean un cambio en el modelo de estado, el paso hacia el nuevo monarca se ha presentado como la ocasión para ello, la oportunidad para que sea el ciudadano quien decida si quiere o no un rey, una oportunidad, en todo caso, truncada. Al menos es un consuelo que, en lo sustancial, la vida del ciudadano no va a verse modificada más allá de lo puramente ideológico, ya que, Felipe VI, como Juan Carlos I, será un rey que reina y no gobierna en un reino de gobierno plebeyo. Es ahí, fundamentalmente, donde debemos aunar esfuerzos: mientras que la institución monárquica no limita las libertades, exenta como está de capacidad ejecutiva y legislativa, las políticas del gobierno del PP, sí. Se han entreverado en la sociedad e inmiscuido en la vida privada del ciudadano hasta tal punto, que no solo han reducido los derechos laborales y desmantelado los servicios públicos que representaban la conquista de derechos sociales arraigados, sino que con leyes coercitivas y represivas como las del aborto o de seguridad ciudadana, ponen límites a las libertades individuales de las personas. Ahí es donde debemos poner todo nuestro empeño: en desbancar de una vez por todas a los verdaderos antisistema. Y esperemos que el nuevo rey sepa trazar los recorridos adecuados para aportar su influencia en esta empresa, mejorar las leyes y ampliar los derechos de los ciudadanos y de la sociedad civil.
Por lo pronto ya ha dado muestras de trayectorias diferentes a la línea recta eliminando la celebración religiosa en la ceremonia de coronación, un guiño a la deseada separación definitiva del binomio iglesia-estado y, tal vez, un aviso a navegantes de los nuevos aires que la corona tiene en mente dar a la institución.
Estando donde estamos, esperemos que le vaya bien, que no se estrelle ni decepcione a quienes con tanto escepticismo le reciben; que acierte. Que camine trazando tantas líneas como sea necesario para ello, sean rectas o curvas, quebradas u onduladas, zigzagueantes, abiertas y nunca, nunca cerradas, porque donde él llegue, allí estaremos nosotros para valorarlo.
Unos huevos estrellados es su plato. Una versión renovada y juvenil de los huevos rotos de Casa Lucio que tanto han gustado a su padre: Los auténticos Huevos estrellados de Felipe VI. La tradición y el orden que definen a la monarquía materializados en sus ingredientes y su presentación. Con la joya de la corona culminando el plato en forma de yema de huevo, la trufa, ofreciendo su toque aristocrático, y el ajo y el jamón, como guiño castizo y patrio de toda receta ibérica que presuma de rancio abolengo.
God save the Queen! (si es que god existe), y al Rey, y especialmente a los ciudadanos…a estos sí que les hace buena falta.
Que los disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 8 huevos.
- 8 lonchas de jamón ibérico.
- 4 patatas medianas.
- 12 dientes de ajo.
- Escamas de sal.
- 1 trufa.
- Aceite de oliva virgen extra.
ELABORACIÓN
- Pela, lava y corta las patatas en láminas finas. Sofríe en abundante aceite. Cuando estén ligeramente doradas, sácalas y elimina el exceso de aceite pasándolas por papel absorbente. Reserva.
- Dale un corte a los dientes de ajo y sofríe en el mismo aceite. Reserva.
- Prepara una tortilla de 2 huevos para cada comensal separando una de las yemas. Bate el resto, salpimienta y elabora una tortilla francesa.
- Pasa por la sartén caliente el jamón cortado en tiras lo justo para que la grasa se ponga transparente. Reserva.
- En un cazo con agua hirviendo, pon la yema que habías reservado a cocer 30’’ con cuidado de no romperla (sumérgela ayudándote de una cuchara y mantenla en ella hasta sacarla).
- Emplatado: Con la ayuda de un molde de cocina, ve superponiendo capas: primero de patatas, luego tortilla (previamente cortada con el molde para que encaje perfectamente), jamón, tortilla, jamón y patatas. Culmina encima con la yema cocida. Espolvorea con escamas de sal y ralla la trufa por encima. Acompaña a parte con los ajos fritos.
- Umm… deslumbrantes, buenísimos, y tan de postín que te sentirás como un rey.
NOTA
Si levantas las claras a punto de nieve e incorporas la yema batida previamente, obtendrás una tortilla esponjosa, aérea y muy, muy jugosa que le dará al plato unos matices sutiles nada desdeñables.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: God Save the Queen, SexPistol. Para la degustación: Bohemian Rhapsody, Queen.
VINO RECOMENDADO
Enterizo crianza 11, DO Utiel-Requena.
DÓNDE COMER
Frente al televisor, rodeado de amigos como para ver la Roja, pero en lugar de con bocata, cerveza y papas, con la mesilla del sofá engalanada para la ocasión, con buen mantel con motivos flor de lis, coperío fino y cubiertos de postín.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
En una jornada de coronación real, una real conversación frente al televisor, apasionada, vehemente, reída y muy, muy movida, será el ejercicio suficiente que corone una velada para recordar.