Me pregunto qué habrá sido de él, cómo evolucionará, qué secuela le dejarán las heridas que, en un elevado tanto por ciento de su cuerpo, le provocó el fuego en el que se vio envuelto en su afán por salvar al anciano al que cuidaba. Supongo que lo recordarán: Hugo es ese hombre de 35 años, natural de Paraguay, que llevaba tiempo ocupándose de un nonagenario en la pedanía de La Algaida, en Archena. En Nochebuena, un incendio devastó la casa de Trifón, que así se llama el anciano. Hugo no lo pensó y se lanzó a salvar al hombre que se valía de una silla de ruedas para moverse. Y consiguió su objetivo, pagando un precio muy elevado. Una hija del hombre de 94 años dijo a la televisión que cuando evacuaban a Hugo en una ambulancia, ella le gritaba “No te olvidaremos, Hugo, no te olvidaremos y te ayudaremos”, al tiempo que le daba las gracias por su impresionante hazaña.
Los que sí hemos olvidado a Hugo somos los medios de comunicación. Una vez más, solo nos centramos en la tragedia pero ignoramos, las más de las veces, la evolución de sus protagonistas. Es posible que Hugo siga hospitalizado, que las severas quemaduras tarden en sanar y que incluso le dejen huella indeleble en su cuerpo de por vida. Pero eso, quizá, parece que no interesa demasiado al común de los mortales. Y por ello, los periodistas -entre los que me incluyo-, en todos estos días, no hemos descolgado un teléfono, marcado un número de nuestra agenda y nos hemos interesado por saber qué va a ser de aquel hombre casi anónimo del que apenas conocimos su nombre de pila y que fue héroe por unas horas. Somos hijos de la velocidad, la instantaneidad y el momento. En este oficio, cada vez nos queda menos tiempo para la sensibilidad y diría rozando el empalago que aún menos para la ternura. Y es que también somos descendientes de aquel veterano redactor jefe que aconsejaba muy ufano al ilusionado reportero principiante y meritorio: “Chaval, recuerda que tus exclusivas de hoy servirán para envolver el pescado de mañana”.