Primero sentí traición, luego se transformó en humillación, más tarde se convirtió en rabia y otra vez en humillación. No dejaba de revivir cada conversación, situación, momento, instante, por si era capaz de encontrar algún indicio de su engaño inadvertido gracias a mi absoluta confianza en él, a mi inconsciencia, a mi estupidez. Imbécil.
Me acuerdo de él. Lo quito de mi mente. He venido a olvidar, a escapar de sus manos, de sus palabras, de su mirada. Ese fue mi mantra durante todo el viaje.
Ha pasado un mes, lo suficiente para preparar esta escapada, lo justo y necesario para huir de él. Y en ese tiempo he conseguido que su cara venga a mi pensamiento sólo una vez cada cinco minutos. Es un avance, antes no era capaz de aguantar ni cinco segundos sin tenerlo presente.
También huyo de ella. Aquí no la voy a encontrar, aunque no sabría reconocerla, no sé quién es. Pero ella sí sabe quién soy yo. Me ponía enferma sólo de imaginar que se podía cruzar conmigo por la calle, mirándome y pensando "ahí va la gilipollas". A saber qué coño pensaría, igual le daba pena de mí sabiendo que era una completa ignorante. Y yo como una idiota viviendo en los mundos de Yupi seguro que hasta la saludaba y le daba los buenos días con una sonrisa.
Huyo de todo. Huyo de todos. Tenía que salir de allí, me estaban ahogando. Todos. Todavía lo siento, como si me aplastaran, comprimiéndome, triturándome hasta dejarme pulverizada. Hasta que me extinguiera.
Ya no soy yo, nunca volveré a ser yo.