Revista Libros
Me sorprende a veces lo frágiles que resultan ser los políticos que creen estar durante años en la cima del mundo. Millones al año en seguridad no pueden evitar incidentes como el de ayer. O como el de Bush hace unos meses, aunque éste tuvo mucha más agilidad que su compadre Berlusconi que no pudo esquivar el proyectil lanzado contra su rostro aunque, en su descargo, hay que decir que el tirador se encontraba mucho más cerca.
A mí particularmente no me alegra que sucedan estas cosas. No me voy a apuntar en Facebook en los grupos de admiradores de Massimo Tartaglia ni voy a pedir que le nombren Papa ni nada parecido. Pero sí que se pueden extraer lecciones de hechos tan lamentables como el que ayer se produjo en Milán. Los que creen estar por encima del bien y del mal, los que creen ser líderes infalibles, que pueden corromperse hasta la médula sin presentar cuentas a nadie, los que declaran o apoyan guerras en países lejanos creyéndose a salvo de la violencia, a veces la sufren en sus propias carnes y prueban un poco de la hiel del inmenso sufrimiento que provocan. A Berlusconi, le vimos ayer su verdadero rostro de ser humano, no el del político poderoso y magnate financiero de éxito, no el de maduro seductor que juguetea con sus velinas, sino la expresión de miedo y de odio de quien ya no siente la seguridad de antaño, de quien ha sembrado divisiones en su país y recoge ahora sus frutos. De quien se gastó una fortuna en operaciones de cirujía estética y ahora siente que se hace viejo de repente.