Revista Opinión

Humeda.

Publicado el 02 junio 2019 por Carlosgu82

—¿Te está entrando el nervio?

Vuelve a desconcertarme, ¿cómo puede recordar aquello que le expliqué en el ascensor? Me toco el cuello. Voy a soltarle alguna de mis frescas, cuando veo que hace una mueca.

—No te rasques, Jud.

Sin darme tiempo a moverme, se agacha y me sopla en el cuello. Cierro los ojos. Mi indignación baja de intensidad. Él se ha propuesto que sea así y lo ha conseguido.

—Siento haberte puesto nerviosa —musita de repente en mi oído—. Perdóname, pequeña.

Su poder es inmenso y ya me tiene donde quiere. ¡Soy una blanda! Me besa. Esta vez con desesperación. Me sabotea y yo me dejo.

El hilo de mis pensamientos se bloquea y sólo pienso en besarlo y dejar que me bese.

¿Qué me ocurre?

Quiero reprimirme, pero no puedo. Nunca he sido un juguete para ningún hombre, pero él consigue controlarme. Lo deseo tanto como necesito el aire para respirar y eso me asusta. Me quema la vagina, la piel y siento que mis bragas se humedecen y que lo único que deseo es que me desnude y me posea.

Tenso la espalda y arqueo mis piernas mientras me dejo avasallar con gusto por él. Quiero sus dedos más dentro de mí y, cuando creo que voy a explotar, lo beso para ahogar de nuevo mi gemido en su boca, mientras siento que mis músculos se contraen una y otra vez sobre sus caricias y percibo aún más la humedad en mi entrepierna. Poco a poco él se detiene y, cuando saca sus dedos de mi interior, quiero protestar. Él se da cuenta. Vuelve a tomar mi cabeza entre sus manos.

—Me debes un orgasmo, pequeña —murmura. No puedo responder.

Sólo puedo abrir la boca y entrelazar su lengua con la mía. Disfruto de su sabor excitante y peligroso, olvidándome de nuevo de todo lo que hay a nuestro alrededor y de mi enfado. No quiero pensar que me utiliza como a un juguete. No quiero pensar que es mi jefe. Simplemente no quiero pensar.


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