¿Cuántas llamadas había contestado? Quizás 125. Seguro que menos de 130. No más. Sabía que no había sido un buen día y estaba agotada. Por eso le sorprendió que el coordinador viniera a buscarla cuando dejó los cascos en el compartimento.
- Tengo en la mesa un regalo para ti.
La mesa de los coordinadores estaba al fondo de la gran sala, separada por paneles de otras secciones. En un lado, estaba la Guerrero, a la que le había caído el apodo por apellidarse así y por su actitud belicosa desde que la hicieron coordinadora olvidando sus buenos modales de antaño. Ahora estaba inclinada sobre las hojas Excel, revisando los datos de las llamadas, con la pulcritud, el apasionamiento y la dedicación de una profesora de lengua en un mal día. En el otro lado, estaba aquel idiota de Luisma, hijo de algún pez gordo o semigordo, al que su supervisor le hacía el curro porque era más inútil que un cenicero en una Kawasaki. El cerdo de Raimundo se sentaba en el medio y en aquella ocasión lo hizo con una solemnidad desacostumbrada. Ella pudo observar que había un paquete de papel rojo y lazo verde encima del listado de llamadas que el tipo tenía a su derecha. No pudo evitar una sonrisa y para contener su ilusión, apretó sus manos con fuerza. Raimundo la miró. Sonrió a su vez. Le pegó un codazo a Luisma. Y carraspeó para que levantase la cabeza la obsesa de la Guerrero.
- Tómalo. Es tuyo - Raimundo lo dejó a su alcance al otro lado de la mesa.
- Gracias - balbuceó la mujer.
- Te lo has ganado -comentó Raimundo con voz extraña.
- Tienes una patata de regalo, porque es lo que te mereces. Hoy has hecho una "patata" de trabajo.
- Me gustan más asadas a la parrilla, pero hay que hacer de la necesidad virtud -dijo sonriendo.